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MALDITA CIENCIA

CONSULTORIO 222º ESPECIAL SIBO: qué es, cómo se diagnostica y cuáles son los posibles tratamientos

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No digas más: a lo largo de los últimos meses han llegado a tu pantalla más de una y dos fotos de personas que, de perfil y frente al espejo, apuntan con la cámara del móvil a su propia barriga, más o menos plana por la mañana e hinchada a medida que transcurre el día. El antes y el después. La supuesta causa de ese cambio en el volumen corporal en menos de 24 horas coincide en muchas de estas publicaciones: SIBO. Pero, ¿qué es en realidad el SIBO? ¿Cómo se diagnostica? ¿Cuál es el tratamiento? Y, sobre todo, ¿tener la tripa hinchada un día concreto quiere decir que ‘lo tenemos’? A esto último, importante, la respuesta es no.

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¿Qué es exactamente el SIBO?

Lo cierto es que el SIBO, las siglas en inglés de sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado no es una enfermedad en sí misma. En realidad, consiste en una serie de síntomas como consecuencia de ciertas alteraciones digestivas.

Antes de hablar de excesos de bacterias intestinales, recordamos que, en cantidad moderada y en equilibrio junto a otros organismos como hongos, arqueas, virus y parásitos, las bacterias forman parte de la microbiota intestinal, presente en todo el sistema digestivo e imprescindible el funcionamiento saludable de este, además del sistema inmunitario, el endocrino y el nervioso.

Apunte: la microbiota intestinal no es igual en todo el sistema digestivo. Por ejemplo, por norma general, en el intestino delgado hay menor cantidad de bacterias que en el grueso. “Para una bacteria, la distancia desde el estómago hasta el recto es como si nosotros nos fuéramos de aquí a Varsovia”, explicaba en la Twitchería científica el microbiólogo y divulgador Ignacio López-Goñi.

El desequilibrio en la cantidad habitual de cualquiera de estos microorganismos (disbiosis), que dependerá de la zona concreta de la que hablemos, se traduce en trastornos de la microbiota intestinal. Entre otras (LIBO, SIFO, IMO…), el SIBO: un cuadro en el que existe gran cantidad de bacterias específicas del colon o intestino grueso ‘fuera de sitio’, en el intestino delgado.

Esto supone “un cambio en el equilibrio de especies individuales de la microbiota en el intestino delgado” además de síntomas gastrointestinales como dolor abdominal, gases, diarrea y movimientos intestinales irregulares, explica en su blog López-Goñi. Y, sorpresa, también un vientre hinchado. Además, el SIBO se ha propuesto como factor que podría influir en la malnutrición, al contribuir a la malabsorción de diferentes nutrientes: grasas, vitaminas liposolubles, vitamina B12 y hierro.

‘Entonces, el SIBO es una enfermedad, ¿no?’. Negativo: es una consecuencia de patologías o situaciones digestivas previas, que son las que hacen que las bacterias de un sitio estén ‘descolocadas’ y en grandes cantidades en otro.

Además, los síntomas que provoca no son exclusivos de este cuadro. De hecho, son síntomas muy genéricos y que se comparten, por ejemplo, con los generados por un colon irritable, una celiaquía o una intolerancia alimentaria.

¿Qué puede desencadenar un SIBO?

Por norma general, en el intestino delgado hay menos cantidad de bacterias que en el intestino grueso. Esto es así por las características de esta parte del sistema digestivo. Por un lado, es aquí donde los alimentos se mezclan con los jugos digestivos, que tienen propiedades antimicrobianas e impiden el crecimiento excesivo de bacterias. Por otro, su continuo movimiento (motilidad intestinal), hace que los alimentos avancen rápidamente hacia la siguiente fase, su paso por el intestino grueso. Tan ‘rápidamente’ que las bacterias no tienen tiempo de asentarse y proliferar.

¿Qué pasa si algo falla en toda esta compleja coreografía? Que las bacterias sí tendrían el entorno necesario para multiplicarse y, por lo tanto, aumentaría el riesgo de sobrecrecimiento, “especialmente ciertos tipos de bacterias invasivas que no se encuentran naturalmente en esta parte del tubo digestivo”, como explica en YouTube la divulgadora y experta en biomedicina Sandra Ortonobes (@lahiperactina). Es decir, SIBO.

De ahí que no producir correctamente los jugos gástricos (en casos, por ejemplo, en los que se haya extirpado parte del estómago y este pueda producir menor cantidad o tras largos periodos tomando medicamentos para la acidez, como el omeprazol), que el intestino no pueda moverse correctamente (por una cirugía intestinal como un bypass gástrico que ralentice el tránsito o problemas de salud como la enfermedad de Crohn o enfermedad celíaca) o sufrir determinados problemas estructurales del intestino (por ejemplo, en la válvula ileocecal, que hace de ‘compuerta’ entre el intestino delgado y el grueso e impide que los alimentos y las correspondientes bacterias ‘reculen’ del segundo al primero) sean las causas más comunes de SIBO. No existe una sola causa.

“El sobrecrecimiento bacteriano es más común en personas que padecen síndrome de intestino irritable, enfermedad de Crohn y otras enfermedades inflamatorias del intestino. También se ha relacionado con la enfermedad celíaca, con fístulas (una conexión anormal entre dos partes del cuerpo), estenosis (estrechamiento de un orificio o conducto corporal) o procedimientos quirúrgicos, y con la obesidad”, indica López-Goñi, y añade que la prevalencia de SIBO también es significativamente mayor entre los pacientes diabéticos tipo 1 y tipo 2 que en la población general. “Además, se ha identificado la coexistencia de SIBO en enfermedad hepática grasa no alcohólica, cirrosis, pancreatitis crónica, fibrosis quística, insuficiencia cardíaca, hipotiroidismo, enfermedad de Parkinson, depresión, esclerosis sistémica, e insuficiencia renal crónica”.

¿Cómo saber si tengo SIBO?

Existen dos pruebas para diagnosticar un posible SIBO. Para conocer la medida directa de los microorganismos que forman parte del intestino delgado en un momento concreto, lo que permitiría saber qué tipo de bacterias hay y en qué cantidad se encuentran, es necesaria una endoscopia, una prueba a través de la que directamente se toma una muestra de la zona. Esta es la que se considera más fiable, pero también invasiva e incómoda.

Además, no es 100% fiable. Aunque permita obtener una muestra de microorganismos, lo cierto es que actualmente no se sabe con certeza qué microorganismos y en qué concentración deben formar parte del intestino delgado. “No conocemos la ‘receta perfecta’ de la microbiota de esta parte del tubo digestivo, lo que dificulta el diagnóstico de este y otros cuadros intestinales”, indicaba en la Twitchería científica Ignacio López-Goñi, microbiólogo y divulgador.

Por otro lado, la microbiota intestinal está en constante cambio. Esto supone que, a través de una endoscopia, tan solo estemos tomando ‘una foto fija de ella’, en un momento y una situación concreta. “Lo ideal para los estudios de microbiota es tomar muestras a lo largo del tiempo e ir viendo cómo evoluciona, pero normalmente no se hace”, añadía el experto. Para complicarlo un poco más, hay personas que pueden dar positivo en las pruebas de SIBO y estar totalmente sanas, lo que se denominan falsos positivos.

El resto son tests indirectos a partir del aliento. ¿Cómo funcionan y de qué depende la interpretación de los resultados? Primero, la persona a diagnosticar bebe agua con una serie de azúcares que servirán de alimento para las bacterias. Durante las tres horas siguientes y a intervalos de unos 20 o 30 minutos, hay que soplar en unos pequeños tubos gracias a los que se puede conocer el tipo de gas que va expulsando. Si hay SIBO, las bacterias fermentarán rápidamente los azúcares, produciendo hidrógeno o metano que se detectarán a través de las muestras de nuestro aliento.

“Aunque no hay consenso todavía, en función de la concentración de estos gases, de una manera indirecta, se puede estimar si hay o no sobrecrecimiento de bacterias en el intestino delgado”, señalaba Goñi.

Esta prueba es más cómoda que una endoscopia y, de hecho, la podemos comprar directamente (los precios oscilan entre 60 y 100 €), aunque puede que no le saquemos mucha utilidad si no es con acompañamiento de un especialista. El problema es la posterior interpretación y, de nuevo, los falsos positivos en personas sanas. “Este test no puede decirte 100% si tienes SIBO o si 100% no lo tienes, hay muchos factores que pueden influir en los resultados: qué dieta estás siguiendo, si estás tomando ciertos medicamentos, si tienes diarrea o incluso el tipo de bacterias que tengas en el intestino de forma natural. Por eso es tan importante que lo lleve un especialista que sepa interpretar los resultados teniendo en cuenta todos estos factores para evitar un diagnóstico erróneo”, explica en YouTube la divulgadora y experta en biomedicina Sandra Ortonobes (@lahiperactina).

¿Cuál es el tratamiento en caso de SIBO?

Si, tras una valoración médica, las pruebas de SIBO han confirmado que, efectivamente, las bacterias han completado el aforo del intestino delgado, la evidencia científica indica que el tratamiento más eficaz son los antibióticos, que nos ayudarán a reducir la cantidad de microorganismos. A estos se suman pautas alimentarias concretas, lo que se conoce como una dieta baja en FODMAPs o baja en carbohidratos. Consiste en restringir los alimentos ricos en hidratos de carbono de cadena corta fermentables [aquí tienes una lista elaborada por la Sociedad Española de Endocrinología y Nutrición con los alimentos tolerados y los que se recomienda limitar y evitar]. Es decir,

¿Quiere esto decir que existe un tratamiento único e infalible? No. “Actualmente no hay un tratamiento perfecto. El que se pone en práctica es aquel que la evidencia científica reconoce como el ‘mejor’ dentro de una patología. En el caso de un SIBO, hablamos de antibióticos que actúan a nivel de la flora bacteriana e intestino, como el metronidazol. Estos, asociados a un determinado tipo de dieta, pueden mejorar la sintomatología y restituir la microbiota que ha generado los diferentes síntomas”, explicaba en la Twitchería científica Víctor Soriano, médico especialista en cirugía general y del aparato digestivo y miembro de la comunidad de malditos que nos prestan sus superpoderes.

El porqué de que junto al uso de antibióticos se paute una dieta baja y bastante restrictiva en hidratos de carbono (que deberá establecer un especialista en dietética y nutrición) es que las bacterias intestinales fermentan estos macronutrientes. Como resultado, generan gases. En una persona con una mayor cantidad de estas bacterias, evidentemente la cantidad de gases generados también será mayor. De ahí que reducir su consumo reduzca también las molestias asociadas al SIBO como la hinchazón y el dolor abdominal. Importante: por sí sola, la dieta baja en FODMAPs no eliminará el SIBO. Una vez superado el cuadro médico, los alimentos se van reintroduciendo poco a poco.

Aun utilizando antibióticos y siguiendo una alimentación de estas características, como recuerda Soriano, hay tasas de recurrencia, así como una serie de factores que pueden llevar (o no) de vuelta a los síntomas: cada caso es único. “En medicina, uno más uno no siempre son dos. Nuestra amiga es nuestra amiga, nuestro vecino es nuestro vecino y nosotros somos nosotros. Y en este contexto, nuestro, único, hay que individualizar al paciente”.

Además, el tratamiento con antibióticos tiene sus pros y sus contras, “no es algo baladí”. De ahí que haya que valorar el potencial beneficio frente al posible riesgo, algo que debe considerar un profesional médico. “En el caso de SIBO, el riesgo de que se altere la microbiota es algo que [normalmente] podemos asumir”, dado que los síntomas suponen un peor cuadro que los posibles efectos del antibiótico en la microbiota. Es decir, los beneficios superan a los riesgos.

Antes del 'buen finde'...

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En este artículo ha colaborado con sus superpoderes el maldito Víctor Soriano, médico especialista en cirugía general y del aparato digestivo

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