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Por qué tenemos cosquillas y por qué los bebés las perciben distinto que los adultos

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Tronchantes para unos, desagradables y estresantes para otros, seguro que casi todos hemos sufrido un ataque de cosquillas alguna vez. No importa quién o qué fuese el adversario: el roce con determinadas texturas, un insecto sobre nuestra piel o una persona cercana queriéndonos hacer reír. Esta semana nos habéis preguntado por qué tenemos cosquillas, si hay diferentes clases y si es cierto que los bebés no experimentan esta sensación.  

Percibimos las cosquillas gracias a numerosos receptores bajo nuestra piel que informan al cerebro de todo tipo de estímulos: tacto, frío, calor, dolor leve o intenso... "Cuando nos hacen cosquillas, estas terminaciones nerviosas envían las señales a una región cerebral (córtex somatosensorial) que las capta y analiza. Otra región (córtex cingulado) comprueba si son placenteras. Ambas estructuras colaboran entre ellas compartiendo sus respectivos análisis, decidiendo si ese estímulo es agradable o no y creando esa sensación de cosquilleo", explica a Maldita.es José Ángel Morales, doctor en neurobiología en la facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid y maldito que nos ha prestado sus superpoderes.*

De hecho, no es lo mismo el tipo de cosquillas que hace que nos frotemos o rasquemos la zona en la que hemos notado el estímulo (imagina una araña corriendo por tu brazo, por ejemplo) que el que nos causa una carcajada y una sensación más o menos agradable (un padre o una madre haciendo cosquillas a su hijo). 

El primer tipo se conoce como ‘knismesis’, una ligera sensación de hormigueo que evoca un escalofrío o una contracción nerviosa. Al segundo, nos referimos como gargalesis, la sensación intensa, a menudo placentera, en respuesta a una presión más dura y rítmica. Así lo explica este artículo de la revista científica Current Biology. Es por ello por lo que la función evolutiva de la knismesis es eliminar una posible amenaza (como una picadura) mientras que el segundo tipo de cosquillas tenga un objetivo más social, como crear vínculos o sensaciones entre personas. 

Hay estudios que incluso señalan que el cerebro podría procesar las cosquillas como una experiencia dolorosa. En palabras de Morales, esto podría explicar por qué algunas personas retroceden en respuesta a las cosquillas, y por qué muchos juegos que las incluyen implican perseguir a alguien que está tratando de escapar.*

Si has probado a hacértelas a ti mismo, habrás comprobado que, aunque lo intentemos en zonas en las que decimos ‘tener cosquillas’, no nos hacen reír ni retorcernos. La teoría predominante es que, cuando las sensaciones de cosquilleo son predecibles, no evocan la risa ni las respuestas gargalesas. “El cerebelo, una parte del cerebro encargada de procesar información motora, detecta que eres tú mismo el que se hace cosquillas y ‘te recomienda no perder el tiempo’ porque no hay ningún peligro”, explica el experto.

En otras palabras, es la incapacidad de prever el cosquilleo lo que causa nuestra intensa respuesta a él. Por lo tanto, la predicción de que vamos a hacernos cosquillas (porque, evidentemente, conocemos nuestra intención) “cancela las sensaciones de cosquilleo”, como afirma el artículo. 

Esto se relaciona con cómo los bebés perciben las cosquillas. Spoiler: no lo hacen exactamente igual que los adultos. Según una investigación, también publicada en la revista Current Biology, los bebés no relacionan la sensación al recibir un estímulo (cosquillas) con su causa en el mundo externo. Al igual que cuando tú tratas de hacerte cosquillas a ti mismo, desaparece ese ‘factor sorpresa’ (lo desconocen, no se sorprenden porque no conciben ‘algo externo’).  

Como cuenta en The Conversation uno de los autores de la investigación, el psicólogo Andrew Bremner, uno de sus hallazgos fue que los bebés menores de cuatro meses no suelen mirar hacia la zona de su cuerpo que recibe el estímulo (las cosquillas, en este caso). “Mientras que los bebés mayores movían los ojos y la cabeza con bastante rapidez y precisión hacia la mano donde habían sentido el roce, los más pequeños hacían muchos menos movimientos. Era como si aún no supieran cómo el mundo visual se correspondía con el mundo táctil del cuerpo”, señalaba. “Creemos que esto significa que los bebés perciben solo el roce en su cuerpo y no su relación con el mundo exterior”, añadía en Science Daily.

Lo que ocurre a medida que crecemos es que aprendemos a entender nuestro cuerpo como parte de un contexto y espacio determinados. Esto nos hace esperar que si recibimos una caricia en nuestra mano derecha, el origen sea un estímulo procedente de nuestro lado derecho y viceversa. Pero, ¿qué ocurre cuando tenemos estas extremidades cruzadas? “La mano izquierda recibe los estímulos de la zona de nuestra derecha y la mano derecha, los de nuestra izquierda. Esto confunde nuestras expectativas y nos conduce a errores”, ejemplifica Bremner. 

Otra de las hipótesis es que los niños no comprendan la situación en la que se dan las cosquillas, en este caso de tipo gargalesis, aunque se rían al recibirlas. “La risa procedente de las cosquillas es en sí misma una respuesta condicionada que surge de otros juegos humorísticos. Quizás los niños se rían cuando les hacen cosquillas porque estas siempre han tenido lugar en situaciones lúdicas en las que la risa ya está ocurriendo”, explica Christine Harris del departamento de Psicología de la Universidad de San Diego (Estados Unidos) en este artículo

“Todavía no comprendemos completamente cómo los bebés relacionan este tipo de estímulos sensoriales y cuánto tiempo les lleva descubrir cómo encaja lo que sienten y lo que ven u oyen”, reconocía Bremner en su artículo de The Conversation.

En este artículo ha colaborado con sus superpoderes el neurobiólogo José Ángel Morales.

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Primera fecha de publicación de este artículo: 18/11/2021

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