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Dietas restrictivas y su relación con los trastornos de la conducta alimentaria

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Una dieta se considera restrictiva cuando aporta menos nutrientes y energía de la que nuestro cuerpo necesita, normalmente con el objetivo de bajar de peso. Para ello, reduce drásticamente o incluso elimina por completo de nuestra alimentación grupos concretos de alimentos, sobre todo los ricos en lípidos o en hidratos de carbono.

Aunque no siempre, muchas de ellas se agrupan bajo un mismo nombre. En Maldita.es ya hemos hablado de la dieta keto, que restringe tajantemente los hidratos de carbono; o de las dietas detox, alcalina o disociada que, spoiler, no van a conseguir que tu alimentación sea saludable ni los resultados (si los hay) mantenibles a largo plazo. 

Por lo general, este tipo de dietas prometen resultados espectaculares en un plazo de tiempo relativamente corto. “Tienen un listado de alimentos a los que catalogan como buenos o malos y aconsejados o desaconsejados y puede que también exageren el beneficio de algún nutriente determinado”, explica a Maldita.es Mariana Álvarez, dietista-nutricionista. Muchas de ellas, además, promueven el consumo de preparados como sustitutivos de comidas e incluyen testimonios de ‘lo bien que ha ido’ a quienes la han probado (si son personajes famosos, mejor). 

“La palabra dieta me genera mucha inquietud pero, si le ponemos el apellido ‘restrictiva’, pasa a ser pavor”, señala en Maldita.es Alfonso Méndez, psicólogo especializado en trastornos de la conducta alimentaria y obesidad. La causa es que, lejos de lo que presumen, estos patrones de alimentación suponen un riesgo para la salud: no solo aumentan la posibilidad de un incremento de peso posterior, también de alteraciones del comportamiento alimentario. “La dieta restrictiva es el acceso para muchas personas a su debut en estos trastornos”, añade el psicólogo. 

Relación entre dietas restrictivas y trastornos de la conducta alimentaria

Proteínas, carbohidratos, grasas, vitaminas, minerales, agua… Nuestro cuerpo necesita de estas sustancias para poder desempeñar correctamente todas sus funciones. Este es el primer argumento para tratar de aportar todos ellos a través de la alimentación. Pero, ¿qué pasa cuando decidimos prescindir de un grupo de ellos? La consecuencia no va a ser tanto física, al menos al principio, gracias a la capacidad autorreguladora del organismo, sino mental, hasta el punto de poder desarrollar un trastorno de la conducta alimentaria (TCA).  

Los TCA son multifactoriales. En ellos influyen muchas variables, dependientes unas de otras. Se trata de una diversidad de problemas determinados por conductas alimentarias disfuncionales y por creencias irracionales sobre la alimentación, el peso y la forma del cuerpo. Tanto en hombres como en mujeres, existe un determinante común: una sobrevaluación del peso y de la forma corporal. La anorexia nerviosa, la bulimia nerviosa y el trastorno por atracón son los TCA más comunes y en los que se hace más factible la influencia de la necesidad de controlar nuestro peso y nuestro cuerpo. 

“Detrás de un TCA siempre hay unos factores de riesgo que van a favorecer su aparición en el momento que se empieza a ‘experimentar’ con el cuerpo y con el control que podemos ejercer sobre nuestra forma y nuestro peso”, explica Méndez. Álvarez añade que “si hay algún factor de vulnerabilidad previo, es altamente probable que una dieta restrictiva haga de precipitante para casi todos los trastornos alimentarios. Incluida la obesidad”.

Lo que ocurre es que, al iniciar una dieta restrictiva, los primeros resultados se ven rápidamente (aunque vayan a ser muy difíciles de mantener a largo plazo), lo que nos empuja a continuarla. “Estos resultados se convierten en refuerzo social, la gasolina que nos mueve a continuar. Y para mantener estos objetivos, van a emerger unos mecanismos que nos ayuden a conseguirlo”, explica Méndez.

En primer lugar, el cuerpo no está diseñado para la restricción. Si no nos alimentamos, nos va a lanzar señales para que lo hagamos. Una de las primeras alertas de un TCA, como señala la experta, es el pensar de manera reiterada en comida: lo que se puede y lo que no; cuándo se va a tener la posibilidad de comer… Llegando incluso a que la persona restrinja poco a poco su vida social. 

Como recuerda el dietista-nutricionista Daniel Ursúa a Maldita.es, tras un periodo de restricción, no es raro que se dé un consumo más elevado de aquellos grupos de alimentos que se hayan restringido. Normalmente, los que habíamos eliminado por ‘calóricos’ o ‘ricos en grasas’. Esto ocurre porque lo que nos prohibimos a la hora de comer se termina convirtiendo en deseo. “Acotar límites estrictos a la hora de comer puede generar una presión fisiológica y psicológica muy difícil de mantener'', explica Méndez.

“Al final, toda restricción acaba en atracón: una señal del cuerpo para salir del déficit energético. También aparecen conductas compensatorias o de purga: empieza otro ciclo de restricción y vuelta al inicio”, explica la experta.

Por qué restringir calorías o grupos de alimentos no es una forma saludable de perder peso

En las dietas restrictivas, aquellas en las que se ingieren menos calorías de las que el cuerpo necesita para llevar a cabo sus funciones, es habitual que, al ver el aporte de energía reducido drásticamente, nuestro cuerpo se ponga en ‘modo ahorro’ lo que, antes o después, nos pasará factura. “Esto ocurre porque ‘estamos programados’ para ‘guardar para cuando no hay’ por lo que, ante un escaso aporte energético (entendido como una amenaza de falta de alimento), el metabolismo se ralentiza”, explica Álvarez.

Teniendo en cuenta, como hemos dicho, que no suele ser posible mantener una dieta restrictiva a largo plazo y estando nuestro cuerpo en este ‘modo ahorro’, al volver a nuestra alimentación y aporte calórico habitual, el organismo seguirá aletargado, gastando poco. Es ahí donde comienza el conocido como efecto rebote que, como señala la experta, supone un aumento de peso que puede ser igual o mayor que el que se tenía al comenzar la dieta.

Otro riesgo que menciona Ursúa acerca de este tipo de dietas es que dan la falsa sensación de seguridad de que puedes volver a ellas en cualquier momento, como parte de una actitud 'compensatoria'. "Es el caso de cuando alguien piensa: 'da igual que ahora esté dos meses sin controlar absolutamente nada mi alimentación porque luego puedo hacer la dieta X y compenso'", ejemplifica el experto. De nuevo, error.*

“Una dieta restrictiva no supervisada y no individualizada no es buena para casi nada. Cada vez hay más evidencia de que no funcionan y al final acaba habiendo un efecto rebote importante”, explica la psicóloga Mamen Bueno a Maldita.es. Por eso es importante partir del permiso para comer de todo. “Como digo en consulta, es importante permitir para regular.  Lo prohibido atrae. No se elige con conciencia, se come cuando se puede con ansia”, señala. 

¿Cómo y con qué actitud podemos modificar nuestra dieta, sea cual sea el objetivo? 

Cuando nos vemos en la necesidad de hacer un cambio en nuestra alimentación, sea por el motivo que sea, los expertos consultados por Maldita.es coinciden en que es imprescindible dejarse acompañar por profesionales. 

“Antes de nada es importante recordar que el objetivo de una dieta nunca debe ser perder peso, sino mejorar los hábitos para ganar salud. Eso puede conllevar una pérdida de peso, o no”, recuerda Ursúa. Para tal fin, lo ideal es que recurramos a un equipo compuesto por un dietista-nutricionista y un psicólogo especializado en la pérdida de peso, en caso de existir un conflicto con la comida.

En definitiva, lo que la persona deberían preguntarse, en opinión de Bueno, es: ‘Esta dieta, ¿puede ser mi manera de alimentarme el resto de mi vida?’. “Si la respuesta es ‘no’, no la hagas. Los cambios de hábitos deben ser fáciles de integrar en nuestras vidas. Por eso es importante llevar una dieta personalizada para nuestro estilo de vida”, desarrolla la psicóloga. “Y, sobre todo, huir de modelos poco flexibles que acaban culpabilizando a quien no es capaz de seguir las reglas del gurú o influencer de turno”.

Álvarez recuerda la importancia de la flexibilidad: “Es lo que nos va a alejar de obsesiones y permitirá llevar buenos hábitos a largo plazo”. 

Los resultados rápidos no son saludables ni duraderos. Y, como afirma Méndez, hay que entender que si el problema lleva años instaurado en nosotros, no podemos pretender realizar ese cambio en tan poco tiempo.

*Hemos actualizado este artículo con comentarios del dietista-nutricionista Daniel Ursúa.

Este contenido es apoyado por la iniciativa “Alimentando el cambio” de DANONE en el que Maldita.es colabora elaborando contenidos independientes según su metodología.


Primera fecha de publicación de este artículo: 26/10/2021

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