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MALDITA CIENCIA

Por qué no es cierto que en la antigüedad a las personas de 30 o 40 años ya se las considerase ancianas

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“Antiguamente al llegar a los 30 o 40 años las personas ya se consideraban ancianas”. 

¿Te suena esta frase? Es típica de conversaciones en las que se aborda la evolución de cuánto han vivido los seres humanos a lo largo de la prehistoria y la historia, asumiendo que el deterioro biológico que sufrimos al ir envejeciendo era antes mucho más rápido. Esta semana nos habéis preguntado sobre cuánto hay de cierto en esta afirmación. ¿Y la respuesta? Que no es del todo cierta: es resultado de una confusión entre esperanza de vida y longevidad (o duración de la vida) de nuestra especie.

Para empezar, debemos explicar cada término y evidenciar la confusión. La esperanza de vida es un indicador estadístico que nos dice la media de la cantidad de años que vive una población. Para obtener esta media, se suma la edad de todas las personas fallecidas en una población en un mismo año y se divide por el número de personas fallecidas. En 2020, la esperanza de vida en España fue de 82,34 años, según el INE.

El problema de tomar esta media como indicador es que, en ocasiones, está descontextualizada. Por ejemplo, si en lugar de un país tomamos como población una familia en la que una persona fallece a los 70 años y otra murió al primer año de vida, la esperanza de vida de esa familia es de 38 años. Matemáticamente es correcto, pero por si sola no nos dice nada sobre qué problemas de salud pueden haber sufrido para tener una media tan baja en comparación con el resto de familias españolas. 

Este problema que hemos presentado de esta hipotética familia es similar al que se enfrentan antropólogos, paleontólogos y estadísticos que investigan cuánto vivían los humanos en la antigüedad, antes de que existieran registros de mortalidad consistentes y accesibles como tenemos actualmente.

Sabemos que la esperanza de vida global ha ido aumentando progresivamente con los años, pero esto no guarda relación con el deterioro biológico de una población ni a qué llamamos ancianos. Juan Luis Arsuaga, catedrático de Paleontología de la Universidad Complutense de Madrid, explica en The Conversation el concepto “curva de mortalidad”, que nos dice las probabilidades de morir de cada especie según la edad. Esta curva tiene forma de U: “Las probabilidades de morir son muy altas al principio de la vida (los niños pequeños siempre están enfermos), luego se estabilizan en un nivel bajo (los adolescentes y los adultos jóvenes tienen una salud de hierro), y vuelven a subir rápidamente en la ancianidad (los viejos siempre están delicados)”.

Curva de mortalidad de los achés (humanos cazadores-recolectores del Paraguay) y de chimpancés salvajes y en cautividad. El eje horizontal representa la edad, el vertical; la probabilidad de fallecer. Investigación publicada en Journal of Human Evolution.

Gracias a los avances de la humanidad en medicina y salud pública, la parte izquierda de la curva (la probabilidad de morir al nacer y en población infantil) se ha reducido drásticamente, mientras que peleamos para que la parte derecha (morir en la ancianidad) sea cada vez más baja. Por ello, la esperanza de vida ha ido aumentando: porque hay menos personas que se mueren en la juventud que “tiren” de la media hacia abajo.

Teniendo clara la esperanza de vida, ¿qué sabemos de la longevidad y su evolución? La escasez de registros de mortalidad de la antigüedad obliga a los arqueólogos* a investigar mediante estimaciones obtenidas de registros fósiles (restos de esqueletos) o culturales (epitafios, biografías o trazas históricas que han sobrevivido hasta nuestro tiempo), lo cual es un reto científico.

Walter Scheidel, historiador de la Universidad de Standfor e investigador de la demografía de la Antigua Roma, resume en este artículo de la BBC sus conclusiones: “Por lo que sé, la duración de la vida de los humanos no ha cambiado mucho”. 

La misma pieza del medio público británico recoge numerosas trazas culturales de la Antigüedad grecorromana que apuntan a que no era extraño que hubiera personas que superaran la barrera de los 30 años de vida, y no se les consideraba ancianos. Por ejemplo, en el siglo VII antes de Cristo, el poeta griego Hesíodo postulaba que un hombre debería casarse “no antes de los treinta años, ni mucho más arriba”; a su vez, el cursus honorum, el inicio de la carrera política de un hombre en Roma, impedía acceder a algunos puestos de responsabilidad hasta al menos llegar a los 25 años, mientras que para ser cónsul (lo equivalente a jefe de Gobierno) había que esperar hasta los 43 años

También existen registros de personas que vivieron más allá de la esperanza de vida de su tiempo, como el emperador romano Tiberio (murió a los 77); Livia Drusila, la tercera esposa del emperador romano Augusto (que vivió hasta los 86 u 87 años); o Terencia, esposa del orador y escritor Cicerón (en torno a 101 y 103 años). Estos registros históricos cuentan con grandes sesgos, ya que es imposible de verificar con otras fuentes y únicamente recoge los datos de la élite romana, dificultando conocer a qué edad fallecía la población corriente que vivía en peores condiciones sanitarias y alimenticias.

Por último, otra manera de investigar en la actualidad la longevidad humana es estudiando a las pequeñas poblaciones de cazadores-recolectores, como los achés del Paraguay o los hadzas de Tanzania, que siguen existiendo en nuestro planeta y que son la estimación más cercana a la forma de vida que existía en la prehistoria. En este sentido, la literatura apunta a que estas poblaciones mantienen una baja supervivencia juvenil (con una probabilidad entre el 55% y el 71% de sobrevivir hasta los 15 años) y que la edad más frecuente de muerte está entre los 51 y 58 los años. ¿Y envejecen antes? Arsuaga es claro en este punto: “Un español sano de cincuenta o de sesenta años no está mejor ‘conservado’ que un hadza de la misma edad”.

* Hemos actualizado este párrafo para indicar que es la arqueología la ciencia más cercana a estas investigaciones de registros fósiles y culturales de antiguas sociedades, y no la paleontología, como se expresaba en una versión anterior de esta pieza.


Primera fecha de publicación de este artículo: 25/10/2021

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