Republicamos este artículo de Verónica Fuentes publicado originalmente por la Agencia Sinc el 22 de septiembre de 2021.
Desde la erupción del volcán Cumbre Vieja en La Palma, la vida de los habitantes de la isla no ha sido la misma. De hecho, el Colegio Oficial de Psicología de Santa Cruz de Tenerife ha puesto a disposición de la ciudadanía un servicio gratuito de atención psicológica para atender a la población en esta emergencia volcánica.
“Los desastres naturales son sucesos de un alto impacto emocional capaces de paralizar los recursos habituales de las personas”, explica a SINC Rebeca Alcocer Velarde, psicóloga experta en emergencias y catástrofes y miembro del Colegio de Psicólogos de Madrid (COP).
Estos sucesos impredecibles, repentinos y dolorosos pueden producir un estado temporal de crisis en los individuos, ya que la forma corriente de solucionar problemas no es útil en estas circunstancias, y se pueden ver sobrepasados.
“Estas crisis provocan inseguridad, disminución de la eficacia de los procesos cognitivos, de la capacidad de control y de las estrategias de afrontamiento, perturbación emocional intensa y poca predicción de futuro”, añade Alcocer Velarde. “Como resultado, se percibe la situación como amenazante, negativa, incontrolable e insuperable, acompañada de altos niveles de estrés y malestar”.
Sin embargo, no todas las personas reaccionarán de la misma manera ante el desastre. Se deben tener en cuenta variables como la intensidad e impacto vital de la situación; el significado que atribuye la persona afectada; el momento en que acontece a la persona y su estado en el momento del suceso.
Además, se debe valorar la presencia o ausencia de mecanismos de afrontamiento y apoyo social; la forma en la que se informa de la emergencia; las experiencias anteriores en situaciones similares y las manifestaciones visibles de la emergencia, como humo, llamas, derrumbamiento por seísmo, etc.
Respuestas usuales ante momentos extremos
Según Alcocer Velarde, se trata de “reacciones normales ante sucesos anormales”. Así, a escala fisiológica se pueden dar palpitaciones, taquicardia, disnea, tensión muscular, espasmos, sudoración, opresión torácica, sequedad de boca, alteraciones gastrointestinales, hipotermia, fatiga y desmayos.
En la parte cognitiva, puede observarse confusión, dificultad para concentrarse, falta de autoconfianza, focalización inadecuada de la atención, olvido de aspectos relevantes, problemas de memoria, reacción de sobresalto, atención lábil, desorientación, problemas para tomar decisiones, ideas de culpa, bloqueo, incoherencia, pensamiento desorganizado, estupor, verborrea e hipervigilancia.
“En cuanto a las emociones, las más habituales son estupor, inseguridad, ira, culpa, pánico, ansiedad, tristeza, irritabilidad, vacío, euforia, negación, desesperanza, incomprensión, pánico, confusión”, continúa la psicóloga.
Por último, en el sistema motor puede observarse retraimiento, inquietud, dificultad para expresarse, frustración, aumento del tiempo de reacción, alteraciones en la coordinación, imprecisiones en el comportamiento, precipitación en las acciones, bloqueo, tartamudeo y gestos motores inadecuados o tics.
Las reacciones serán temporales
La buena noticia es que este tipo de respuestas serán provisionales en la mayoría de las personas, que iniciarán un proceso normal de duelo ante las pérdidas. Sin embargo, otro grupo más reducido puede iniciar un proceso de recuperación más lento o verse afectado por un cuadro que va más allá de una reacción a una crisis.
“Ante una situación de desastre, la intervención psicológica cumple un papel fundamental en la relación de ayuda ante el suceso crítico, porque ayuda a enfrentarlo”, afirma Alcocer Velarde.
Para la especialista, los principios básicos al intervenir en una crisis son: facilitar apoyo psicológico inmediato; desplazarse al lugar de los hechos para aproximarse a los afectados; estabilizar el descontrol emocional, comosonlas manifestaciones agudas de estrés; y asegurar la adaptación de la persona o, en su defecto, proveer recursos de ayuda.
“Es importante establecer un contacto psicológico con los perjudicados, conocer las dimensiones de la crisis y del suceso, así como el impacto personal, social y contextual. Y comunicar apoyo tanto al individuo como a la comunidad para fortalecer las estrategias de afrontamiento”, concluye.