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MALDITA CIENCIA

Síndrome del impostor, quemarse durante remojones y alergias al donar sangre. ¡Llega a Maldita Ciencia (ni más ni menos) que el consultorio 150º!

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Malditas, malditos, hoy es un día especial. Tranquilos, que no se os ha olvidado ni el cumpleaños de un familiar ni vuestro aniversario (o sí, no sabemos), pero hablamos de una fecha y un momento que están casi, casi a la altura: ¡esta semana Maldita Ciencia ha cumplido tres años! Y no solo eso, ¡es que también cumplimos 150 consultorios científicos! No digáis que no suena genial. Ahora viene lo mejor de todo, que seguimos para delante. ¿Que qué queremos decir con esto? ¡Que es hora de resolver dudas científicas! (No, estas no cogen vacaciones).

Por eso mismo, te animamos a que nos sigas planteando las tuyas. Y como no nos cuesta nada el recordarte cómo hacerlo, aquí lo tienes: tenemos Twitter, tenemos Facebook, tenemos correo electrónico ([email protected]) y TikTok. ¡Pero es que también tenemos un chatbot de WhatsApp chulísimo! Guárdate el número: +34 644 22 93 19. Puedes mandarnos tu consulta por donde más rabia te dé. De momento, contestamos a las de esta semana.

¿Las alergias afectan a la donación de sangre?

La donación de sangre es muy importante para el sistema de salud y donar salva vidas. Pero, ¿qué ocurre si un donante tiene alergias? Concretamente, nos habéis preguntado por el caso de la penicilina. La respuesta es que sí se tiene en cuenta y los alérgicos pueden donar.

Consolación Martínez Redondo, doctora en Medicina por la Universidad de Murcia y médica especialista en Hematología que nos ha prestado sus superpoderes, confirma a Maldita.es que para donar sangre "se tienen en cuenta las alergias del donante, para no dañarle": "Por ejemplo, si se es alérgico al látex o al esparadrapo o hay antecedentes de reacción cutánea por algún desinfectante clínico. Ahora bien, que el donante sea alérgico a medicamentos no contraindica la donación".

Las personas con alergias activas, es decir, que están en un proceso de alergia como los alérgicos al polen en primavera, sí están excluidas para donar sangre ya que, como indica Martínez, "todos los mediadores inflamatorios están presentes en el plasma del donante se podría provocar una reacción" a quien le transfundiesen sus productos. 

También se descartan temporalmente a los donantes si han tomado antibióticos en las últimas dos semanas (solo una en la Comunidad de Madrid). Esto se establece "para evitar reacciones en cualquier paciente que se vaya a transfundir y pueda tener alergias a antibióticos", aclara Martínez Redondo.

¿Es verdad que en el agua te quemas más por el sol?

Con la llegada del calor, las consultas científicas que nos hacéis también se vuelven más veraniegas. Una de las de esta semana ha sido si es verdad que el agua del mar (o del río) hace que nos quememos más la piel por el sol. La respuesta corta es que sí.

La dermatóloga del Grupo Pedro Jaén, Montse Fernández, confirma a Maldita.es que cuando estás dentro del agua o te mojas tienes más riesgo de quemarte. Las razones son varias.

La primera es que el agua hace un efecto lupa que potencia las consecuencias de la radiación solar en la piel. Además, al bañarnos puede que se retire la crema solar que se haya aplicado antes, "incluso aunque se trate de un producto a prueba de agua”, incide la experta.

Un tercer motivo es que la superficie del agua hace efecto espejo al reflejar los rayos del sol, al igual que la nieve, como añade Fernández. Por último, al bañarnos no somos conscientes de la sensación de calor. "Al notar menos la acción del sol, somos más propensos a tener una exposición excesiva”, concluye.

La dermatóloga recomienda volver a aplicar la crema solar fotoprotectora después de cada baño para reducir el riesgo de quemaduras.

¿En qué consiste y a qué se debe el síndrome del impostor?

“He conseguido llegar hasta aquí por suerte”, “no merezco lo que tengo”, “estoy engañando a todo mi alrededor, que piensa que valgo más de lo que realmente valgo”. Estos, aun en personas con gran éxito personal y/o laboral, son los pensamientos más recurrentes de quienes sufren el conocido síndrome del impostor, por el que nos habéis preguntado esta semana. No se trata de una enfermedad (no se recoge en ningún tratado de psicopatología), sino de un conjunto de pensamientos e ideas comunes que sí se han estudiado. Suelen estar relacionados con la autoestima y la concepción errónea de uno mismo y de las propias capacidades y afectan en algún momento de la vida a un 70 % de la población, según un estudio publicado el International Journal of Behavorial Science. En los casos más graves, puede derivar en depresión. 

¿Hay quienes tienen más riesgo de padecer este síndrome? Sí: según enumera Marta Calderero, profesora de estudios de Psicología y Ciencias de la Educación de la Universidad Oberta de Catalunya (UOC) en la web de la universidad, las personas perfeccionistas, autocríticas, con miedo al fracaso y que se autopresionan para alcanzar los logros. Cuenta que, además, las presiones sociales aumentan el problema.

José de Sola, psicólogo psicoterapeuta clínico en De Salud Psicólogos, añade a la lista a quienes han tenido muy poca confianza en sí mismos desde la infancia (uno de los factores en común): “Sin embargo, tienen grandes capacidades y han luchado mucho. Es curioso porque han logrado grandes cosas en la vida, son muy competentes tanto en lo social como en lo profesional”, explica a Maldita.es. Es decir, son incapaces de internalizar sus logros aun habiendo pruebas que muestran que son competentes, situándose en un estado permanente de ansiedad, inquietud e inseguridad.

“Las personas que experimentan este síndrome del impostor, por ejemplo, explican las buenas notas que han sacado por haber tenido suerte, porque el examen era fácil, porque 'ha salido lo que me sabía’, y no tanto por haber estudiado mucho, haber llevado las asignaturas al día o por ser inteligentes”, explica en su página web el psicólogo Alberto Soler. Otro ejemplo, como añade, es que “creen que les han ascendido en el trabajo, no por su capacidad o por su valor para la empresa, sino porque han generado una falsa impresión en los demás y no se dan cuenta que en el fondo no valen tanto como aparentan”.

De ahí, como señala la Asociación Estadounidense de Psicología (APA, por sus siglas en inglés), que otra de las principales características sea el miedo constante a que llegue el momento en el que ‘se destape el pastel’ y todo el mundo descubra que no son más que un ‘gran fraude’ cuando, en realidad, nada apunta hacia esa dirección. Por eso, como cuenta Soler, suelen estudiar o trabajar mucho más duro. “Esto es algo que desgasta un montón, genera la sensación de estar llegando siempre por los pelos a las cosas pero nunca conseguirlas bien”, añade el experto.

Hay casos en los que la situación puede empeorar y la fuerza de la devaluación interna derive incluso en depresión. A veces, en la correspondiente baja laboral. En algunos de estos casos, como señala De Sola, los compañeros del trabajo no entienden la situación: “No comprenden que la persona se derrumbe porque piense que ‘no vale’, que no ha hecho las cosas bien, ya que esto no coincide en absoluto con su apreciación. Como su entorno no lo entiende, el paciente se siente aún más sumido en su aislamiento y en esa sensación de que los demás no se dan cuenta de que es un auténtico impostor y de que ya no puede más con la situación”.

La clave para solucionar este estado, aunque según los expertos no es sencillo, es descubrir cuál es el origen de esa devaluación de uno mismo; por qué se está viviendo la actualidad en base a experiencias, críticas o situaciones antiguas. “Es hacerles ver que la realidad ahora mismo les está demostrando que son otra persona y que su entorno se lo está reconociendo”, indica De Sola. “Se intenta que aprendan a reconocer sus propias capacidades y limitaciones y a aceptar y agradecer los cumplidos para romper la dependencia del juicio externo y, poco a poco, sentirse un poco menos impostor”, concluye Soler.  

¿Es más eficaz comer los alimentos ricos en fibra aparte o es igual que hacerlo dentro de cualquier comida?

Y para cerrar esta redonda edición de nuestro consultorio científico, hablemos de fibra: ¿es cierto que es mejor comerla sola o da exactamente igual hacerlo junto al resto de la comida? Por ejemplo, ¿es mejor comer un kiwi a media tarde, de postre o da lo mismo? Si has optado por la última opción en ambas preguntas, ¡premio! La fibra, la comas como la comas y dentro o fuera del menú, siempre actuará de la misma forma en nuestro cuerpo. Eso sí, si la utilizas como picoteo entre horas o un rato antes de comer, sobre todo en forma de fruta, reducirá la ansiedad y el hambre con las que llegarás a la siguiente comida.

“La fibra se va a comportar exactamente igual si la ingerimos sola que si lo hacemos con el resto de comida: al final, carecemos de las enzimas digestivas necesarias para su digestión”, explica a Maldita.es Sevi González, dietista-nutricionista y maldito que nos ha prestado sus superpoderes. Además, recuerda que hay que distinguir entre la fibra soluble (en la avena, los guisantes, las manzanas, los cítricos...) y la que no lo es (en la harina de trigo integral, el salvado de trigo, los frutos secos y las verduras como la coliflor, por ejemplo). “Mientras que la primera es capaz de ‘apelmazar’ los alimentos, ralentizando el tránsito; la segunda se encarga justo de lo contrario, acelerando así las deposiciones”, explica. 

“Sobre el tema de la fibra antes o después, en especial si hablamos de fruta, partimos de la base de que comerla es bueno a cualquier hora (y cuanta más, mejor). Ahora bien, si tomamos fruta entre horas o un rato antes de comer, es cierto que nos va a aportar saciedad. Se trata de un picoteo saludable que nos va a ayudar a llegar a la siguiente comida sin ansiedad y sin tanta hambre”, explica a Maldita.es el dietista-nutricionista Daniel Ursúa. Añade que comerla junto al resto de alimentos no supone un problema ni mucho menos, sino que se trata de una cuestión de objetivos. 

Que sí, que todos hemos oído alguna vez que tenemos que comer más fibra o, al menos, la suficiente. Pero, ¿por qué? Por los numerosos beneficios para la salud que esta aporta (salvo que exista patología o contraindicaciones): la regulación de evacuaciones, el control de peso y del nivel de azúcar en sangre, la ayuda en el mantenimiento de la salud intestinal... Además de ser un factor de protección frente a cardiopatías y cáncer intestinal. Por último, contribuye a la saciedad. 

El consejo de González para aumentar sin esfuerzo la cantidad de fibra de nuestra dieta es sustituir productos refinados por su versión integral e incluir un buen abanico de vegetales, tanto frutas como verduras, en nuestro día a día.

Y volviendo al ejemplo que nos trajo hasta aquí, el kiwi: que sepas que tiene fibra, pero no es la fruta que más. Mientras que, según la base de datos FoodData del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, el kiwi aporta 3 gramos de fibra por cada 100 de fruta; la frambuesa aporta 6’5 y la pera, 3’1, por ejemplo. Por no hablar de legumbres como las lentejas (7’9 gramos) o frutos secos como las nueces (12’5 gramos).

Antes de que os vayáis...

Como todas las semanas, llegados a este punto nos gusta recordaros que estamos aquí para resolver todas las dudas y preguntas que tengáis respecto a información científica pero, eso sí, si lo que te inquieta tiene que ver con un diagnóstico, tratamiento o afección personal, lo único que podemos aconsejarte es que acudas a un profesional sanitario que estudie tu caso y pueda tratarte adecuadamente. 

En este artículo han colaborado con sus superpoderes Consolación Martínez Redondo, médica hematóloga, y Sevi González, dietista-nutricionista.

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