Si es cierto eso de que si en marzo mayea, en mayo marcea, no lo sabemos. En España, lo que sí hemos podido comprobar a lo largo de esta primavera, y en especial durante las últimas semanas, es que lluvia ha habido para dar y regalar. Y por culpa del confinamiento, de tiempo libre suficiente para comprobarlo, para asomarnos a la ventana y quejarnos de los nubarrones y de "otro día de perros más", tampoco hemos andado escasos.
Como apunta en su blog el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF), la primavera más lluviosa del siglo ha coincidido con la interrupción de las actividades de gestión de las zonas verdes urbanas a causa del confinamiento por la pandemia de coronavirus y esto ha supuesto la receta perfecta para despertar la vida animal en las ciudades. Concretamente, la de los insectos.
Lluvia, altas temperaturas y reducción de emisiones: las condiciones perfectas para el incremento de insectos en las ciudades
Han sido varios los factores que se han coordinado y dado lugar a las condiciones perfectas para muchos tipos de insecto. Según Nacho García, biólogo y profesor de gestión de espacios protegidos en el ISM, se ha producido toda una confluencia de situaciones favorables.
"Por un lado tenemos una primavera muy lluviosa, que se ha alternado con altas temperaturas, lo que ha facilitado una enorme floración. Estas buenas condiciones climáticas y la presencia de alimento abundante ha favorecido la reproducción de numerosas especies de artrópodos, especialmente de los polinizadores, aunque otros como los mosquitos también se habrán visto muy beneficiados", explica García a Maldita Ciencia. "Si a eso le unimos una mayor cantidad de microhábitats, debido a la escasa gestión de parques y jardines, tanto públicos como de segunda residencia, la situación es perfecta para todas estas especies", continúa*.
Por otro lado, como comentaba el biólogo en este artículo del Huffpost, "la cuarentena a nivel mundial ha provocado una bajada de emisiones brutal y hay menos partículas contaminantes justo en la época del año en la que empiezan a criar todos estos insectos, en primavera”.
Desde que se detectaron los primeros casos de coronavirus y se tomaron las primeras medidas de confinamiento, "la calidad del aire ha mejorado sustancialmente en las ciudades afectadas por la pandemia". Esto queda reflejado, por ejemplo, en el importante descenso del dióxido de nitrógeno en grandes ciudades como Madrid, Barcelona, París, Roma o algunas zonas de China, aunque no ha ocurrido con gases como el dióxido de carbono o el metano.
Durante los meses que hemos permanecido en casa, los núcleos urbanos se han convertido en un laboratorio natural donde los espacios con vegetación, desde los más cercanos a los arcenes hasta parterres de parques o jardines sin olvidar incluso las rotondas, han pasado de una gestión y cuidado intensivos antes de la cuarentena a una atención mínima durante esta. El resultado es que, al salir de nuevo a la calle, nos hemos topado de frente con una naturaleza exuberante y con una floración excepcional y con ello, con toda clase de insectos polinizadores (abejas, abejorros, mariposas...) que han aumentado su presencia en las ciudades.
"La biodiversidad siempre tendrá un efecto positivo en nosotros. Ahora mismo hablamos de insectos, pero una mayor presencia de éstos atraerá a más especies que se alimenten de ellos, como las salamanquesas, que habían dejado de ser habituales en muchas zonas urbanas; o golondrinas, aviones y vencejos, que tampoco están pasando por su mejor momento, en lo que a tendencia poblacional se refiere", explica García. "Los ecosistemas son sistemas complejos y dinámicos y cuanto más sanos y completos estén, mejor para todos", añade el biólogo.
Varios proyectos del CREAF ya están demostrando que es necesario revisar los procedimientos de gestión, pero sobre todo la concepción que tiene la ciudadanía de este verde cercano. Un césped bien cuidado y segado a ras de suelo no es siempre la mejor opción, recalcan desde el centro.
“Gestionar de forma selectiva, o hacerlo de una forma menos intensa, es un cambio de paradigma que reduce la necesidad de agua, pesticidas y abonos en estos espacios”, comenta Joan Pino, director del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF) y catedrático de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Según el experto, segar en diferentes momentos, o hacerlo solo en zonas concretas, ayudaría a mantener los prados floridos durante más tiempo. “Nos tenemos que acostumbrar a ver herbazales dentro de las ciudades que pasan del verde al amarillo, mientras las plantas florecen y fructifican, porque esto permite que proliferen muchos otros organismos”, añade.
Un cambio en la gestión de la vegetación de las ciudades para facilitar la presencia de insectos polinizadores
Los investigadores recuerdan que este cambio de modelo es coherente con la situación de emergencia climática y de biodiversidad en la que nos encontramos. En primer lugar, permitiría reducir el gasto energético que acompaña a esta gestión. Además, facilitaría la presencia de insectos polinizadores, actualmente en declive en todo el mundo.
Como ya explicamos aquí, según la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés) más del 75% de los cultivos de frutas y semillas del mundo dependen de la polinización. Junto con murciélagos y aves, las abejas y otros insectos hacen que disfrutemos de una mayor producción de alimentos.
Entre los proyectos que lleva el CREAF está el de convertir arcenes de carreteras y autopistas, zonas verdes de polígonos industriales y zonas semiurbanas en espacios llenos de flores que sean útiles para la conservación de insectos polinizadores. El proyecto promovido por el departamento de Territorio y Sostenibilidad, plantea reducir la intensidad y la frecuencia de las siegas en estos espacios y cubrirlos de vegetación con ciertas especies de plantas melíferas.
"Unos ecosistemas sanos y diversos son nuestra mejor arma en la lucha contra algunos de los principales problemas de nuestro tiempo: cambio climático, pérdida de biodiversidad, pérdida y degradación de los hábitats, incremento de las zoonosis...", recuerda García y añade que, cuanto más actores haya en ese escenario, mejor futuro para todos nosotros. "Debemos alejarnos de ese concepto antiguo de que un jardín bonito es un jardín segado, siempre verde y sin vida más allá de unas cuantas plantas ornamentales. Jardines más naturalizados, integrados por especies autóctonas, acostumbradas a las condiciones climáticas de cada región supondrían un enorme ahorro de recursos, además de una herramienta de conservación fabulosa", concluye.
*Hemos añadido las declaraciones de Nacho García, biólogo y profesor de gestión de espacios protegidos.