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¿Qué sabemos sobre la relación entre el azúcar y la obesidad? Además de su alta carga calórica, el azúcar afecta a la sensación de saciedad (haciendo que comamos más)

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La semana pasada os hablamos sobre los tres tipos de azúcar que podíamos encontrar en los alimentos y productos que incorporamos a nuestra dieta y por qué no repercutían de la misma forma en nuestra salud. Hoy continuamos hablando sobre el azúcar: esta vez nos habéis preguntado si es cierto que está de una u otra manera relacionada con la obesidad y, de ser así, cómo.

Lo primero que hay que tener en cuenta es que la obesidad común es una enfermedad multifactorial, es decir, depende de diferentes circunstancias como la genética, la alimentación, la actividad física, el nivel de estrés o las horas de sueño.

"La alimentación por supuesto juega un papel fundamental", confirma a Maldita Ciencia Pilar Argente Arizón, investigadora en el grupo Growth, Exercise, Nutrition and Development (GENUD) experta en obesidad infantil. Entre los componentes que aumentan la posibilidad de desarrollar sobrepeso se encuentran los azúcares. Según la experta, su consumo aumenta la ingesta calórica y, por tanto, la cantidad de tejido adiposo, desencadenando respuestas inflamatorias en diferentes órganos, como el cerebro. Esta inflamación hace que el cuerpo no pueda responder adecuadamente a las señales de saciedad y el control de la ingesta se vea afectado (es decir, que comamos más).

"Aun así , el consumo de azúcares per se no puede asociarse directamente con un incremento de la obesidad: es necesario valorar el conjunto de la dieta, donde otros componentes como las grasas, juegan un papel fundamental", incide Argente.

Además, como ya explicamos la semana pasada, también influye el tipo de azúcar que consumamos. "El gran problema es el azúcar que no vemos añadido a productos como refrescos, repostería o precocinados pero también a yogures o alimentos 'light'", explica a Maldita Ciencia Diana Díaz Rizzolo, nutricionista e investigadora biomédica en diabetes y obesidad. Es decir, los azúcares añadidos.

Se nos ha hecho creer que este ingrediente, que no siempre es tan fácil de localizar, al esconderse bajo una infinidad de pseudónimos (glucosa, sacarosa, panela, melaza, dextrina, dextrosa, jarabe de maíz, concentrado de fruta, sirope de ágave, fructosa, miel...), es "indispensable para la vida, para el crecimiento de los niños, para la concentración, para disponer de la suficiente energía", cuenta la experta.

"Es cierto que la glucosa (un tipo de azúcar presente en los alimentos) es un potente motor de energía en el organismo, pero esta la podemos encontrar en alimentos mucho más interesantes, nutricionalmente hablando", explica Díaz. "E incluso, en deficiencia absoluta de esta, nuestro cuerpo puede generarla a partir de otros nutrientes, como las proteínas".

Aunque de todos es sabido la alta carga calórica de los azúcares, su relación con la obesidad no es tan simple: el azúcar añadido en los alimentos forma parte de un patrón de productos ultraprocesados que, por norma general, presentan una elevada densidad calórica y un gran sabor. "Por si la ecuación no fuera ya perfecta para ganar peso, se ha demostrado que la glucosa es responsable de la secreción de hormonas gastrointestinales responsables del aumento de apetito. Así pues, tenemos: calorías altas más baja saciedad más aumento de apetito igual a '¡Hola obesidad!'", expone Díaz.

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