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Cambios en el tamaño del estómago, el sistema inmune de los niños que empiezan la escuela infantil y plantas que "sufren": llega a Maldita Ciencia el consultorio 74º

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¡Hola, malditas y malditos! Bienvenidos una semana más a nuestro consultorio científico. Como cada viernes, contestamos a cuatro de las dudas que nos habéis mandado a través de nuestro WhatsApp (655 19 85 38), correo ([email protected]) y redes sociales, tanto Twitter, como Facebook.

Hoy hablamos sobre un tema que os prometimos en el consultorio anterior: si las plantas sufren o no al ser arrancadas. Además, contamos si comer mucho o poco influye en el tamaño del estómago, si ir a la escuela infantil hace más fuerte el sistema inmune de los más pequeños y qué relación existe entre el azúcar y la obesidad. ¡Atentos!

¿Las plantas sufren al ser cortadas?

Como recordaréis, la semana pasada os hablábamos de un estudio publicado en BioRxiv (todavía no aparece en ninguna revista científica) que mostraba cómo plantas de tomate y tabaco emitían ultrasonidos cuando sus tallos eran cortados o no recibían agua.

Tras preguntar a varios biólogos sus impresiones sobre la investigación, hoy queremos saber si las plantas realmente sufren. Si buscamos en el diccionario de la Real Academia Española el significado del verbo sufrir leemos lo siguiente en su primera acepción: "Sentir físicamente un daño, un dolor, una enfermedad o un castigo".

"Las plantas no experimentan dolor o molestia, no tienen sistema nervioso ni manera de percibir el dolor", explica a Maldita Ciencia Cristina Ferrándiz Maestre, investigadora del Instituto de Biología Molecular y Celular de Plantas (CSIC-UPV).

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No obstante, según la experta, eso no quiere decir que no perciban estímulos mecánicos o de otro tipo, ni que no respondan fisiológicamente al estrés (como al ser cortadas o no regadas). "Cuando la planta sufre estrés reacciona y entre las posibles respuestas podría estar la emisión de sonidos, como ya se ha visto para otras respuestas como la emisión de compuestos volátiles (olores)", recuerda Ferrándiz. 

Sin embargo, volviendo a si las plantas "chillaban" al ser cortadas como recogieron varios medios, la científica recalca que la investigación no prueba que los sonidos emitidos sirvan para algo. "Podrían ser simplemente efectos colaterales de ciertos cambios físicos asociados a la deshidratación, por ejemplo", plantea. 

Por su parte Rafael Medina, doctor en Biología e investigador especialista en Filogenia vegetal, comparte que las plantas no chillan y respecto a si sufren, depende de cómo interpretemos ese concepto. El biólogo recuerda que las plantas son seres vivos muy activos, que interactúan constantemente con el ambiente y que son capaces de responder a estímulos y amenazas dañinas. "Producir daño en una parte de la planta provocará un estímulo que "alarmará" a todo el organismo y lo preparará para una reacción", indica a Maldita Ciencia.

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Por tanto, "podemos decir que las plantas "sufren" si nos referimos a que son capaces de detectar y responder a estímulos negativos, daños o heridas", afirma Medina. "Sin embargo, si entendemos "sufrimiento" desde nuestro punto de vista animal, hay que recordar que las plantas carecen de ningún tipo de sistema nervioso y es incorrecto que posean una capacidad sensorial con la que sentirnos identificados", subraya.

Agustín Lahora, doctor en Biología y maldito que nos ha prestado sus superpoderes, comparte el mismo punto de vista. "Las plantas tienen sentidos, pero no sentimientos. No se debe "humanizar" la naturaleza", señala a Maldita Ciencia.

En cuanto a los sentidos, aunque son muy diferentes a los de los animales, Lahora detalla que las plantas son capaces, a su manera, "de ver, tocar, oír y percibir cambios físicos y químicos". "Las plantas sufren estrés ante condiciones adversas; otra cosa es que tengan sentimientos y puedan sufrir como los humanos", concluye.

¿Cambia el tamaño del estómago según la cantidad de comida a la que lo acostumbremos?

Esta semana nos habéis planteado cómo influye en nuestro estómago la cantidad de comida que estemos acostumbrados a ingerir de una sentada. En concreto, si aumentar o disminuir las porciones durante un tiempo prolongado, habituándonos a estas, podría hacer más grande (si comemos más) o más pequeño (si comemos menos) nuestro estómago. ¿Por qué? Porque notáis que tenéis más o menos hambre. Pero no, aunque sí es posible cambiar el modo en el que tu estómago ajusta la sensación de hambre o saciedad, su tamaño en reposo no varía.

"Cuando comemos, nuestro estómago se llena de alimentos y comida. Si seguimos comiendo una vez está lleno, puede estirarse, como si se tratase de un globo, para hacer espacio a la comida adicional", puede leerse en este artículo del portal de noticias sanitarias Healthline. Esta situación puede dar lugar a molestias estomacales. "Aunque el estómago volverá a su tamaño habitual una vez se digiera la comida, se expandirá más fácilmente si comes excesivamente con frecuencia", añade el texto.

Por otro lado, según explica a Maldita Ciencia Domingo Carrera, médico especialista en nutrición del Centro Médico-Quirúrgico de Enfermedades Digestivas (CMED), si comemos grandes cantidades durante periodos prolongados vamos a hacer que la sensación de saciedad llegue más tarde. "Si, por el contrario, las reducimos, al principio sentiremos hambre pero luego desaparecerá: si bien el estómago no se reduce físicamente más del tamaño original cuando está vacío, la sensación de saciedad llegará antes", añade.

Hay que tener en cuenta que la sensación de hambre y de saciedad la regula una zona del cerebro, el hipotálamo. "Estos centros se activan y regulan por diferentes neurotransmisores que segregan el estómago, el duodeno y el propio cerebro. Cuando se activa uno, se inhibe el otro y viceversa", describe Carrera. "La presencia o ausencia de comida en el estómago estimulará la secreción de estos neurotransmisores", continúa.

Cuanto más comemos más acostumbramos a que el centro de saciedad se active con esa gran cantidad de comida; si no la ingerimos, sentiremos apetito. "Al comer repetidamente más cantidad de una vez, tardaremos más en saciarnos (por lo que para no sentir hambre tendremos que seguir comiendo esas grandes porciones)", matiza Carrera. Sin embargo, si reducimos paulatinamente la cantidad de comida, acostumbrando a nuestro estómago a porciones más pequeñas, a la larga conseguiremos saciarnos antes.

"Las modificaciones naturales del tamaño gástrico acompañan generalmente al tamaño del individuo, es decir, nuestro estómago aumenta de tamaño con la edad", señala a Maldita Ciencia Violeta Sastre, médica especialista en el aparato digestivo. "Las modificaciones de tamaño permanente se realizan mediante resecciones quirúrgicas gástricas (cirugía de obesidad), endoscopias bariátricas (especialidad médica compuesta por técnicas endoscópicas seguras y mínimamente invasivas que se realiza por la boca), entre otras", concluye la experta.

¿Puede la escuela infantil "inmunizar" a los niños?

Si hay algo de lo que podemos estar seguros si decidimos llevar a los pequeños de la casa a la escuela infantil es que estarán en contacto con otros niños y objetos y, por lo tanto, con microorganismos a los que no estarían expuestos en caso de quedarse en casa. Aunque, en principio, esto no supone un problema, aumenta la posibilidad de que el niño se contagie. Nos habéis preguntado si esta exposición a virus y bacterias hará que su sistema inmune "se fortalezca" y que, al crecer, sea más difícil que enferme.

Estos niños se encuentran en contacto estrecho con otros niños, en ocasiones, también enfermos. En un espacio cerrado, a veces poco ventilado, la trasmisión de gérmenes es mayor y, por tanto, las infecciones y los procesos febriles", plantea a Maldita Ciencia Matilde Zornoza, pediatra y maldita que nos ha prestado sus superpoderes. "A todo esto hay que sumar que es fácil que compartan fluidos, ya que son niños pequeños: babean, chupan las cosas y, sin darse cuenta, comparten utensilios como chupetes, biberones o cubiertos", añade.

Un niño comienza a desarrollar su sistema inmunitario al nacer y, durante los primeros meses, aún mantiene anticuerpos maternos transferidos a través de la placenta. "Es posteriormente cuando, tras la exposición a patógenos, su sistema inmunitario se va a ir activando: se pone en marcha, aprende y recuerda la previa exposición", explican a Maldita Ciencia África González y Carmen Cámara, presidenta y secretaria de la Sociedad Española de Inmunología (SEI) respectivamente. "En etapas tempranas, el sistema inmunitario está aún inmaduro, por lo que es más frecuente que se infecte al estar en contacto con un agente infeccioso", añaden.

La consecuencia de esta nueva situación de socialización y exposición temprana a los agentes infecciosos, según confirma en este artículo la Asociación Española de Pediatría (AEP), se traduce en repetidos episodios de resfriados, gastroenteritis, infecciones de la piel, conjuntivitis... Y muchos de ellos con fiebre. "El inicio precoz de la escolarización se asocia con un aumento de infecciones, sobre todo en niños que acuden a la guardería", confirma a Maldita Ciencia María García-Onieva, secretaria general de la AEP. "Si esta se retrasa a la edad escolar, las infecciones aparecerán en este periodo", alega.

Según las conclusiones de este estudio, publicado en la revista Pedriatrics en 2016, es más probable que los niños que van a la escuela infantil enfermen de gastroenteritis aguda antes del primer año. Sin embargo, "la protección contra esta enfermedad persiste, al menos, hasta los 6 años", destacan los autores.

Este otro estudio, publicado en Archives of Pediatrics and Adolescent Medicine en 2002, concluye que, mientras que asistir a la escuela infantil se asocia con un mayor número de resfriados durante el primer año, también lo hace con un menor número de casos durante los primeros años de colegio (hasta los 13 años), "presumiblemente a través de la inmunidad adquirida", barajan los autores.

Y hay más investigaciones en la misma línea. Este estudio, publicado en Acta Pediatrica en 2007; este otro, publicado en 2010 en JAMA Pediatrics y este, publicado en 2014 en BMC Medicine muestran conclusiones similares coincidiendo en que, en general, cuanto antes comience el periodo de escuela infantil, mayor protección de cara a las enfermedades citadas.

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La AEP hace hincapié en la dificultad que supone detectar un tipo concreto de las infecciones a las que se pueden exponer los pequeños al acudir a la escuela infantil: las de las vías respiratorias. Esto se debe a que, al presentar síntomas tardíos, muchas de ellas se transmiten entre niños y mayores antes de ser incluso detectadas.

Según García-Onieva, en determinados grupos (como lactantes muy pequeños, con antecedentes de prematuridad o con enfermedades crónicas), las enfermedades descritas podrían tener peores consecuencias, tanto para la salud como en cuanto a los costes económicos directos e indirectos.

Para prevenir las posibles infecciones, la AEP recomienda la vacunación correcta de los niños y los adultos cuidadores. Además, incide en la importancia del lavado de manos y en acordar lugares y procedimientos claros sobre dónde y cómo cambiar a los niños y preparar sus alimentos. Asimismo, los juguetes de uso común deben lavarse a menudo y los paños de cocina y toallas, a diario.

Para prevenir contagios innecesarios, lo mejor es conocer con qué enfermedades los niños no deben acudir al centro escolar, sobre las que escribe Zornoza aquí.

Si quieres saber más puedes echar un vistazo a este artículo del New York Times escrito por la pediatra y periodista estadounidense Perri Klass.

¿Repercuten los distintos tipos de azúcar de la misma manera en nuestra salud?

Bollos, galletas, zumos, refrescos, alimentos ultraprocesados en general... Pero también frutas, verduras y lácteos. Seguro que estás más que acostumbrado a escuchar comentarios o ver imágenes sobre cuánta azúcar lleva esto o lo otro. Sabemos lo que la ciencia dice sobre el consumo excesivo de este ingrediente: es perjudicial para nuestra salud pero, ¿repercuten de la misma manera los diferentes tipos de azúcar? Para responder a esta pregunta debemos distinguir entre azúcares intrínsecos, libres y añadidos.

Los azúcares intrínsecos son los presentes en los alimentos frescos y sin procesar que no contengan etiquetado ni ningún ingrediente añadido. "Son múltiples las evidencias que demuestran que los alimentos reales, por muy ricos que sean en azúcar, no tienen ninguna relación con enfermedades crónicas no transmisibles", explica en este informe de DKV Carlos Ríos, dietista-nutricionista. Esta es la conclusión de varios estudios como este, este y este.

Sobre los azúcares libres ya hablamos en este artículo, en el que explicábamos la diferencia entre el azúcar de la fruta entera y de su zumo (y el porqué de la distinción). En este tipo de sustancias se incluyen todos los monosacáridos (azúcares simples) y disacáridos (unión de monosacáridos) agregados por el fabricante, el cocinero o el consumidor, así como los azúcares que están presentes de forma natural en las frutas y verduras al hacer zumos y purés. "Si deciden consumirse, debe tenerse en cuenta su elevada densidad energética y su bajo poder saciante, lo que puede contribuir a crear un superávit calórico que nos lleve a engordar fácilmente", destaca Ríos.

Por último, nos topamos con los azúcares añadidos: los que se agregan a los alimentos durante el procesamiento o preparación y que realmente pueden suponer un problema para la salud pública. "En los últimos años, el riesgo de exceder el 10% de la ingesta de azúcares añadidos se ha cuadruplicado y este consumo se asocia con un mayor aumento de peso y obesidad", explica Ríos.

"El problema es que se encuentra oculto en gran parte de los comestibles a la hora de hacer la compra, los ultraprocesados. En ellos se mezcla el azúcar con otros ingredientes y muchas veces el consumidor no sabe cuánta está consumiendo", matiza Ríos en este vídeo junto al catedrático de Medicina Preventiva y Salud Pública Jesús Vioque. La suma de todos estos productos, añade, lleva a un exceso de consumo de azúcar de este tipo.

Pero, ¿por qué es importante no abusar de los azúcares añadidos? Por varias razones: aportan gran número de calorías pero un pobre contenido nutricional; suelen ser menos saciantes (al disponer, por norma general, de poca cantidad de proteínas), por lo que harán que consumamos más cantidad de producto, hasta sentirnos satisfechos, y su consumo puede desplazar de nuestro menú a alimentos más saludables. Además, existen estudios que relacionan este tipo de azúcares con enfermedades crónicas y obesidad.

"Mi recomendación es limitar el consumo de los productos ultraprocesados para reducir el consumo de azúcar añadido", concluye Ríos.

Y para terminar...

Si tu consulta está relacionada con temas médicos específicos o diagnósticos particulares, te recordamos nuestra recomendación semanal: acude a tu médico. ¡La semana que viene, más!

En este artículo han colaborado con sus superpoderes nuestros malditos Agustín Lahora y Matilde Zornoza, que nos han ayudado con las consultas sobre plantas y sistema inmune infantil respectivamente.

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