Hay pocos debates científicos en los que haya menos argumentos realmente científicos que el que existe en torno a los transgénicos. Aunque el término transgénico (organismo modificado genéticamente u OGM) define a cualquier organismo cuyo genoma haya sido modificado utilizando técnicas de ingeniería genética, en este debate se utiliza en la práctica para hablar de alimentos cuyo origen es uno de estos organismos, ya sean animales o plantas.
Es un tema que despierta preocupación y oposición. Según la última Encuesta de percepción social de la ciencia, de 2016, hay más españoles que piensan que los OGM tienen más riesgos que beneficios (el 33,4%) que al revés (el 22,8%). El problema es que gran parte de esa oposición está basada en ideas falsas, erróneas o incompletas sobre qué son los transgénicos y qué efectos tiene cultivarlos y comerlos.
¿Qué es un transgénico y para qué se usan?
Los transgénicos (técnicamente organismos genéticamente modificados u OGM) son seres vivos cuyo genoma ha sido manipulado para activar un gen, silenciarlo o para incluir en él genes de otra especie con el objetivo de que desarrollen una característica (el término científico sería que la expresen) que se considera deseable.
Algunos ejemplos son las bacterias modificadas genéticamente para expresar insulina humana, una hormona que los diabéticos no producen adecuadamente y que necesitan inyectarse con regularidad. Después de extraerla de vacas y cerdos durante décadas, este procedimiento logró evitar las graves reacciones adversas sufrían muchos pacientes debido a la cantidad de impurezas que contenía la insulina de origen animal.
Pero cuando se habla de la polémica en torno a los transgénicos, normalmente ésta se refiere a aquellos productos transgénicos destinados al consumo como alimento humano, o como alimento del ganado que después se convierte en la mayoría de los casos en alimento humano.
Puede haber distintos objetivos a la hora de desarrollar un cultivo transgénico. El más común es obtener variedades que sean resistentes a distintos tipos de estrés que sufren habitualmente los cultivos, ya sean plagas de insectos, la acción de los herbicidas que buscan terminar con las hierbas que son una competencia por el agua o los nutrientes de suelo o la sequía, entre otros. Esto supone una ventaja (económica principalmente, ya que la agricultura es en la mayoría de los casos un negocio) a la hora de sacar adelante esos cultivos, ya que los hace más productivos.
Por último, otro objetivo puede ser que el alimento final tenga una característica nutricional especial que no suele tener. El caso más conocido es el del arroz dorado, manipulado para aumentar su cantidad de vitamina A. En muchos países asiáticos cuya alimentación está basada principalmente en el arroz, el riesgo de desarrollar ceguera por falta de vitamina A es muy elevado, de ahí el interés en desarrollar una variedad que pudiese contribuir a solucionar el problema.
Otro ejemplo, este desarrollado en España, es el de una variedad de trigo manipulada para que no exprese las gliadinas del gluten que afectan a los celíacos. De esta forma sería más fácil y barato fabricar productos que puedan comer sin molestias estas personas.
No, no hay evidencias de que los trangénicos causen cáncer u otras enfermedades
Empezamos por la madre de todos los bulos sobre OGM: que comer productos agrícolas modificados genéticamente produce cáncer. No hay a día de hoy evidencias de que esto sea así.
Y no será porque no se han buscado. Desde que los cultivos OGM se introdujeron en el mercado a principios de la décadas de los 90 se han realizado amplios estudios analizando sus posibles efectos sobre la salud, y una de las últimas recopilaciones de todos esos resultados obtenidos durante los últimos 30 años, publicada en 2016 por las Academias Nacionales de Ciencia, Ingeniería y Medicina, concluye que en los estudios hechos con ratones y sobre su composición química, "los OGM no tienen diferencias que puedan suponer un mayor riesgo para la salud humana que sus equivalentes no transgénicos".
Los estudios epidemiológicos temporales que han analizado la evolución de la salud humana en el periodo en que se han introducido los OGM no han encontrado una correlación con una mayor incidencia de enfermedades crónicas. Así que el comité que elaboró el informe concluye: "Este comité no ha podido encontrar evidencias persuasivas de efectos adversos para la salud directamente atribuibles al consumo de alimentos transgénicos".
En el mismo dictamen coinciden, basándose en las evidencias actualmente disponibles, la Comisión Europea, la Organización Mundial de la Salud, el Consejo Nacional de Investigación estadounidense, entre otras organizaciones internacionales médicas y científicas.
En sus evaluaciones estas agencias se fijan en el riesgo de cáncer, pero también de más alergias, riesgo de intoxicación, problemas gastrointestinales y metabólicos entre otros, y como decimos, descartan que haya evidencias de que comer transgénicos afecte a esos riesgos de forma diferente que comer no transgénicos. De todos esos problemas, ¿por qué esa fijación con el cáncer? Vamos a ello enseguida...
El estudio tramposo que dio pie a la idea de que los OGM dan cáncer
En 2012 el biólogo francés Gilles-Éric Séralini publicó un estudio en la revista Food and Chemical Toxicology en el que, en teoría, sugería que los ratones que comen maíz NK603, modificado para ser resistente a un herbicida muy común (y casi tan polémico como los propios transgénicos) llamado glifosato tienen un mayor riesgo de padecer tumores. El artículo iba acompañado por unas impactantes imágenes de ratones con enormes tumores del tamaño de pelotas de golf.
Un año después el estudio fue retirado, la comunidad científica está de acuerdo en que los resultados no son válidos y ningún otro experimento ha conseguido repetir esos experimentos. ¿Os suena de algo? Sí, Andrew Wakefield, te estamos mirando todos a ti...
¿Por qué se retiró e invalidó la investigación de Séralini? Pues porque había varios errores en su metodología que impedían tomar en consideración sus resultados. Para empezar, utilizó una raza de ratas, llamada Sprague-Dawley, de las que se sabe que sufren una alta incidencia de tumores espontáneos. En concreto se calcula que entre el 70 y el 76% de las hembras y del 87 al 95% de los machos padecen de forma habitual este problema.
Además, el científico empleó 200 ratas que dividió en machos y hembras y después en 10 grupos distintos que recibían distintos regímenes de alimentación. Eso quiere decir que cada grupo tenía 10 animales, lo cual es muy poco para poder extraer conclusiones estadísticas fiables, y más si tenemos en cuenta que aproximadamente 7 de cada grupo podía terminar desarrollando tumores, comiese lo que comiese.
Por último, Séralini no publicó todos los datos necesarios para poder analizar detalladamente a solidez de sus resultados, a pesar de que el estudio se promocionó con un libro y un documental poco después.
Todos estos fallos y críticas hicieron que el estudio fuese finalmente retirado. Eso no impidió que miles de personas viesen las impactantes fotos de los ratones con los enormes tumores (esto también es un problema ético, ya que los animales suelen ser sacrificados antes de sufrir hasta ese punto), y que el propio Séralini, así como muchas personas y grupos que se oponen a los transgénicos, mantengan la validez de sus resultados. El bulo había nacido.
Añadimos que, cuando en 2018 la EFSA tuvo que renovar la autorización para este tipo de maíz en Europa, originalmente concedida en 2003, incluyó que "no hay evidencias en esta aplicación de nuevas amenazas, cambios en la exposición o incertidumbres científicas que pueda cambiar las conclusiones de la evaluación de riesgos original para el maíz NK603".
Los transgénicos son lo opuesto a los "alimentos naturales"
Esta es una trampa habitual en el debate en torno al modelo de producción de alimentos. Consiste en adjudicar a los alimentos transgénicos la culpa de un modelo agrícola que se tilda de insostenible, contaminante e injusto, además de basado en productos químicos y procesos que van contra la naturaleza y su devenir normal. En frente se sitúan a menudo los productos ecológicos como símbolo de lo natural, respetuoso con la naturaleza y justo con los agricultores. Pero esto no es exactamente así.
El motivo es que, en realidad, ningún producto agrícola es natural. Aunque la ingeniería genética sea una técnica relativamente nueva, la selección y la mejora genéticas llevan milenios practicándose. Los alimentos que hoy consumimos, por muy ecológica o "natural" que sea su producción, no se parecen nada a su versión realmente natural, y todos suponen un impacto sobre el medio ambiente ya que implican la manipulación del suelo, el uso de productos químicos para favorecer su crecimiento y estrategias más o menos agresivas para impedir que las malas hierbas, las plagas o las sequías echen a perder las cosechas.
De nuevo, el empleo de semillas desarrolladas por multinacionales y la producción de alimentos en cultivos intensivos puede plantear debates económicos, sociales y medioambientales legítimos (por ejemplo, la progresiva concentración del mercado mundial de las semillas en unas pocas empresas, que muestra de forma gráfica aquí el medio italiano Datajournalism.it), pero eso es independiente de si en esos cultivos se producen alimentos transgénicos o no.
Los transgénicos no son un peligro para el medio ambiente
Es otro argumento habitual en contra de los cultivos transgénicos: que suponen una amenaza para el medio ambiente y la biodiversidad, tanto para las otras variedades vegetales a las que puede desplazar como para otros organismos, como los insectos con los que conviven.
El problema con esta cuestión es que se trata de un tema muy amplio y diverso: el impacto en la biodiversidad no se mide solo en la supuesta amenaza para especies silvestres, también en cómo impacta la agricultura en otras especies que se relacionan con los cultivos, como los insectos que polinizan, las plagas que se alimentan de los cultivos, las hierbas que compiten por el suelo y sus nutrientes con las plantas cultivadas, las variedades que se van sustituyendo por nuevas semillas, además de la transformación del suelo para convertirlo en terreno cultivable o el impacto global de la agricultura sobre el medioambiente y el cambio climático...
Pero que los transgénicos sean realmente una amenaza para la biodiversidad no está a día de hoy tan claro según las evidencias científicas disponibles. Uno de los principales argumentos a su favor es que, en teoría al ser cultivos más productivos se puede obtener el mismo alimento o más que con cultivos no OGM reduciendo su impacto sobre el medio ambiente (menos suelo, menos agua, menos herbicidas, menos abonos...).
En cualquier caso, no hay evidencias de que aumenten el impacto que ya tiene la agricultura. Una revisión de datos obtenidos durante una década de cultivos transgénicos en el oeste y el centro de Europa concluía que "los datos disponibles por ahora no aportan evidencias científicas de que el cultivo actual de variedades OGM haya causado ningún daño medioambiental".
Otro estudio corroboraba esa conclusión e iba más allá: "los cultivos OGM comercializados actualmente han reducido el impacto de la agricultura sobre la diversidad a través una mejora en la adopción de técnicas de labranza, reducción en el uso de insecticidas, uso de herbicidas menos agresivos y mayores rendimientos que han reducido la presión para convertir más terrenos para uso agrícola".
Algunas investigaciones se han centrado en variedades transgénicas concretas a la hora de evaluar su impacto medioambiental. Unas de las más estudiadas, porque son de las más habituales, son las distintas variedades que existen de maíz Bt, un maíz modificado al incorporarle parte del genoma de la bacteria Bacillus thuringiensis para que produzca una proteína que resulta tóxica para el taladro, una plaga de insectos que se alimenta precisamente de maíz y que es uno de los principales problemas para los agricultores. Por eso se ha estudiado si esto afecta no solo al taladro, el insecto diana de esta proteína, sino también a otras especies.
Pero las evidencias hasta ahora apuntan a que no es así: el maíz Bt no parece afectar a otras especies que no sean el taladro, y de hecho su uso resulta beneficioso para otros insectos, ya que reduce la cantidad de pesticidas necesarios para hacer frente a esa plaga, reduciendo así el impacto ambiental de los cultivos.
De hecho, algunos estudios apuntan a que la coexistencia de cultivos transgénicos Bt, en este caso de algodón, junto a otros de algodón no transgénico resulta beneficioso también para los segundos debido al llamado efecto halo: en los cultivos de algodón Bt nacen menos insectos, de forma que la cantidad total en el algodón no transgénico también es menor, reduciendo la necesidad de pesticidas también en este.
Los transgénicos, una técnica biotecnológica más
A día de hoy no hay evidencias con base científica de que los transgénicos causen un impacto negativo en la salud, ni de que causen un impacto mayor sobre el medio ambiente del que ya causa la agricultura no-OGM (en todo caso, parece que su impacto podría ser menor).
La ingeniería genética es una técnica biotecnológica más dentro de las opciones que se utilizan en el desarrollo de nuevos cultivos más resistentes, más productivos o más nutritivos, algo que lleva haciéndose desde que nació la agricultura.
Si bien el debate sobre cómo se producen los alimentos que comemos es un debate legítimo con diferentes posturas, no debería basarse en ideas falsas para crear el miedo.