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Los problemas derivados del consumo de bebidas energéticas: azúcar, cafeína, calorías y el peligro de mezclarlo con alcohol

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No existe una definición consensuada sobre lo que son exactamente las “bebidas energéticas” (que no bebidas para deportistas). Es por ello por lo que la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA) engloba con el término a aquellas bebidas sin alcohol que contienen cafeína, taurina y/o vitaminas, en ocasiones combinadas con otros ingredientes, que se promocionan por sus efectos estimulantes, energizantes y potenciadores del rendimiento

Este grupo de productos ha aumentado sus ventas a lo largo de los últimos años. Como adelantaba ya en 2013 la propia EFSA, en la Unión Europea el 68% de los adolescentes de entre 10 y 18 años consumen este tipo de bebidas. Entre ellos, el 12% presenta un consumo ‘crónico alto’ que asciende a unos 7 litros al mes. Un dato todavía más impactante: según el artículo de la autoridad europea, el 18% de los niños encuestados de entre 3 y 10 años también las consumían (casi un litro a la semana, prácticamente cuatro al mes).

Principales problemas: cafeína y azúcar 

Pero, ¿qué supone tomar esta clase de bebidas? La respuesta la da en su Twitter la farmacéutica Marián (Boticaria) García: algunas de ellas son “el equivalente a 2 cafés y 50 gramos de azúcar”

En referencia a una marca concreta de bebidas energéticas, el tecnólogo de los alimentos Miguel Ángel Lurueña indica que una lata de 500 mililitros contiene 160 miligramos de cafeína y 72 gramos de azúcar, el equivalente a unos 3 cafés con 16 cucharadas de azúcar. En Maldita Ciencia ya hemos hablado sobre la repercusión del azúcar en nuestra salud a corto, medio y largo plazo (de hecho, también ha tenido hueco en nuestro Twitch). 

“Muchos adolescentes toman estas bebidas a diario, algunos varias veces al día”, añade en su cuenta de Twitter Lurueña. Sin embargo, según los datos propuestos por la EFSA, un adolescente de 13 años y de unos 47 kilogramos no debería consumir más de 147 miligramos de cafeína al día (la lata de medio litro de la que hablábamos como ejemplo contiene 160). Además, recordemos que, según la Organización Mundial de la Salud, el consumo de azúcares añadidos no debe sobrepasar los 25 gramos diarios (5% de la ingesta calórica diaria). Cantidades que, como vemos, se superarían con una sola lata. 

Echa un ojo al posible mejunje: 

La cosa empeora: alcohol y carga calórica

Los problemas que supone el consumo excesivo de cafeína se incrementan cuando esta se combina con bebidas alcohólicas. Esto, en palabras de José Manuel López Nicolás, catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Murcia (UMU) en The Conversation, tiene un efecto indirecto peligroso. “El efecto depresor del sistema nervioso central provocado por el alcohol, que da lugar al sueño que nos lleva a dejar de beber, es enmascarado por la alta cantidad de cafeína que llevan las bebidas energéticas. Como consecuencia estas personas no sienten sueño, siguen bebiendo, y aumenta el riesgo de coma etílico”. 

Y la enumeración de posibles problemas que entraña el consumo habitual de estas bebidas no acaba aquí: además, tienen una alta carga calórica. Un bote de 500 mililitros puede llegar a aportar 300 kilocalorías. Teniendo en cuenta los altos porcentajes de obesidad de la Unión Europea, así como que los consumidores habituales de estos productos, como hemos visto, son niños y adolescentes (colectivos de altos niveles de obesidad en España), el problema se acentúa.

Como apunta un estudio publicado en enero de 2021 en la revista científica British Medical Journal, varios informes de casos y revisiones de artículos “han destacado la creciente preocupación por los posibles efectos tóxicos de las bebidas energéticas en el sistema cardiovascular”. Los autores concluyen que se necesita más investigación para identificar los factores de susceptibilidad, la cantidad segura de consumo de bebidas energéticas y los mecanismos subyacentes de toxicidad.

¿Por qué tiene tanto éxito este tipo de productos?

El éxito comercial de estas bebidas está en la forma en la que se promocionan: dan a entender que son capaces de conseguir gran cantidad de los posibles objetivos que persiguen sus consumidores potenciales, siendo este un target muy amplio. “Muchos deportistas las utilizan a diario para intentar aumentar su rendimiento físico. Las personas que deben mantenerse despiertas, para no dormirse. Los alumnos, para estudiar. Quienes salen de marcha las mezclan con bebidas alcohólicas”, explica López. “Pocos productos alimenticios existen en el mercado que, supuestamente, cubran necesidades tan diversas”, añade. Es decir: su punto fuerte es la publicidad.

Ahora bien, pese a que a lo que insinúa tanto la denominación comercial (“bebida energética”) como el marketing de estos potingues, desde 2011 la EFSA no permite que sus fabricantes les atribuyan ni la capacidad de “energizar” ni tampoco la capacidad de mejorar el rendimiento mental, el tiempo de reacción, la alerta o la memoria.

Además, no son lo mismo las bebidas energéticas que las bebidas para deportistas, conocidas como isotónicas. 

“Ambas tienen puntos en común, como la presencia de elevadas cantidades de azúcar, pero las bebidas energéticas contienen mucha cafeína (entre 70 y 400 miligramos por litro, y a veces más), algo que no ocurre en las primeras. Casi todas las bebidas “energéticas” contienen una sustancia llamada taurina (un aminoácido que nuestro cuerpo fabrica por sí mismo y al que la EFSA prohíbe acompañar de declaraciones de salud) y en bastantes ocasiones innecesarias vitaminas y rocambolescas combinaciones de extractos de plantas”, explicaba el dietista-nutricionista Julio Basulto en este artículo de El País


Primera fecha de publicación de este artículo: 20/04/2021

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