“Mala hierba nunca muere”. Existe un colectivo de plantas que tiene cualidades indeseadas hasta en su nombre: las malas hierbas o maleza. En las guías de gestión de parques y jardines se incluye a estas plantas como especies a combatir o eliminar y las instituciones de alertas fitosanitarias emiten avisos sobre las especies que están afectando más a los cultivos de temporada. ¿Qué son las malas hierbas exactamente? ¿Merecen este apellido?
Se llama malas hierbas a las plantas no deseadas que suelen crecer rápido en ecosistemas muy perturbados por los humanos, como tierras de cultivo. Según varios expertos y estudios científicos, tienen mala fama porque compiten con el agua o los nutrientes que necesitan las plantas con las que conviven y, aunque esto está más en duda, pueden ayudar a la transmisión de plagas o enfermedades vegetales. Pero también favorecen la biodiversidad, enriquecen el suelo, lo protegen de las lluvias torrenciales y lo mantienen más fresco, y de hecho también pueden servir precisamente para controlar las plagas.
Una planta en el “lugar equivocado”
Lo primero que hay que entender es que “malas hierbas” no es una clasificación científica de plantas, así que admite definiciones variadas.
La definición clásica es “una planta en el lugar equivocado”, indican César Fernández-Quintanilla y José Luis González-Andújar, de los institutos de Ciencias Agrarias y Agricultura Sostenible del CSIC. Pero señalan que esta forma de describirlas implica una valoración subjetiva en base a dos términos humanos: “equivocado” y “lugar”.
Bàrbara Baraibar y Jordi Recasens, investigadores de malherbología de la Universitat de Lleida, dicen en The Conversation que son “especies vegetales herbáceas anuales o plurianuales adaptadas a ambientes frecuentemente perturbados”, como los cultivos. Estas hierbas consiguen sobrevivir en estos entornos, que en principio sólo son adecuados para las plantas que se quieren cultivar.
Las malas hierbas no pertenecen a un orden o familia de plantas concreto, pero sí tienen características comunes: “Crecen muy rápido, se dispersan muy bien, son persistentes en el terreno y muy competitivas”, explica Óscar Huertas, máster en Biotecnología Agroforestal, doctor en Microbiología y maldito que nos ha prestado sus superpoderes.
Por otro lado, no es lo mismo una mala hierba que una planta invasora. Una invasora es una planta introducida por la actividad humana (intencionada o accidentalmente) fuera de su área natural, lo que impacta de forma negativa en la biodiversidad, el ecosistema, la economía y el bienestar humano, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN). Algunas malas hierbas son especies invasoras, pero también hay maleza autóctona.
Por qué se consideran malas las malas hierbas
La maleza “puede interferir en el crecimiento de otras plantas de interés, como cultivos o jardines”, de ahí que tengan ese adjetivo, explica María Reguera, investigadora de Fisiología Vegetal en la Universidad Autónoma de Madrid y maldita que nos ha prestado sus superpoderes. La competencia entre plantas es lo que impacta más en este crecimiento, cuenta Agustín Garzón, ingeniero agrónomo, profesor en Malherbología y Gestión Integrada de Plagas en la Universidad Politécnica de Madrid a Maldita.es. “Los recursos son limitados (agua, nutrientes) y la coexistencia de malas hierbas con el cultivo puede llegar a causar pérdidas económicas”.
Las malas hierbas también pueden favorecer la transmisión de plagas o de enfermedades vegetales, añade José Navarro, catedrático de Ciencias Ambientales en la Universidad Miguel Hernández y maldito que nos presta sus superpoderes. Aunque aquí Óscar Huertas discrepa, dice que “no es cierto que las malas hierbas” traigan “plagas” y que ese problema es más bien fruto de la falta de diversidad: allí donde hay una variedad de plantas, también debería haber una variedad de animales que las pueden controlar (comiéndoselas, básicamente).
Hay literatura científica para ambas partes y además no son contradictorias: hay artículos que inciden en que la maleza atrae plagas y vectores (otros animales, normalmente insectos, que transmiten enfermedades) y otros textos científicos que apuntan a la falta de biodiversidad como culpable de estos daños e indican que las malas hierbas funcionan más como aliados que como enemigos de los cultivos.
Pese a todo lo anterior, los expertos coinciden en no generalizar los daños de la maleza porque existen otras malas hierbas que son inocuas y todo depende de cada especie, tanto de maleza como de la plantación que se desea proteger. Aparte, Huertas aclara que algunas malas hierbas son medicinales o tienen interés culinario. “Hay plantas que antes se consideraban maleza hasta que aprendimos a cultivarlas y consumirlas, como la avena, las acelgas, la colza, la rúcula o el centeno, y al contrario, plantas que ahora se consideran maleza pero que antes tenían un uso, como la verdolaga, los cenizos, las ortigas o el trébol, entre otras”.
¿Y si son buenas?
Garzón enumera los beneficios que pueden tener en el ecosistema si estas malezas son bien gestionadas:
Aumentan la biodiversidad en la comunidad vegetal
Funcionan como un refugio para fauna auxiliar: especies que sirven de obstáculo para plagas y enfermedades
Enriquecen el suelo de materia orgánica y favorecen el desarrollo de la microbiota edáfica, que es “el equivalente de nuestra flora intestinal, lo cual termina repercutiendo de forma positiva en los cultivos”
Reducen el riesgo de erosión y pérdida del suelo en comparación con un terreno labrado. “Esto es relevante en áreas con mucha pendiente, ya que las raíces de las plantas ‘sujetan’ el suelo ante lluvias torrenciales”
Reducen la temperatura del suelo porque lo cubren y le aportan humedad, algo muy relevante en verano, “cada vez con temperaturas más elevadas”
Óscar Huertas añade a lo anterior un beneficio más: la maleza secuestra carbono (C) en el suelo, evitando que salga al exterior y forme dióxido de carbono (CO2) al unirse con el oxígeno del aire.
Cómo se eliminan las malas hierbas
La maleza se elimina de dos formas: mecánicamente (a mano, con herramientas o maquinaria, con agua a presión...) o mediante métodos químicos, como el uso de herbicidas o pesticidas, explica José Navarro. “El primer método es el menos contaminante, pero suele ser más costoso por la necesidad de mano de obra y las horas de trabajo dedicadas”, mientras que el uso de herbicidas suele ser bastante eficaz, “pero lleva aparejado el uso de pesticidas que se incorporan al medio”.
Agustín Garzón indica que hay legislación europea, la Directiva 2009/128/CE, que regula el uso sostenible de productos fitosanitarios en la gestión de plagas, lo cual afecta a cómo se emplean los pesticidas en la maleza. Uno de los pesticidas que más se usa utiliza contra las malas hierbas es el glifosato, “sobre el que hay estudios contradictorios sobre su efectos negativos en el medioambiente y la salud humana”, cuenta Navarro.
Por otra parte existen ayuntamientos que fomentan estructuras ecológicas para que haya más diversidad de especies en entornos urbanos. Una de esas medidas es sembrar en los alcorques con especies que en un cultivo se considerarían malas hierbas.
Los problemas que eliminar las malas hierbas tiene para la biodiversidad
Todos los expertos consultados coinciden en que eliminar las malas hierbas de forma descontrolada tiene un impacto negativo en la biodiversidad, lo que afecta a los ecosistemas y a su vez a los propios cultivos.
Navarro apunta que cada vez hay más estudios sobre el papel de las malas hierbas “en el apoyo a las redes alimentarias y los servicios ecosistémicos en los cultivos”. Por ejemplo, el catedrático destaca que hay ciertos animales (roedores, pájaros, insectos) que consumen semillas de malezas: “Si existe una variedad de malas hierbas, estas pueden mantener una diversidad de animales que se alimentan de sus semillas y, al mismo tiempo, sirven de control de la maleza”.
Esta función ecológica de mantener las malas hierbas para fomentar la aparición de estos animales se llama “depredación de semillas”. Además del propio control de la maleza, esto trae otros beneficios en el ecosistema, como el fomento de la polinización y el control de plagas.
En este artículo han colaborado con sus superpoderes José Navarro, catedrático de Ciencias Ambientales en la UMH, María Reguera, investigadora de Fisiología Vegetal en la UAM, y Óscar Huertas, máster en Biotecnología Agroforestal y doctor en Microbiología.
Reguera forma parte de Superpoderosas, un proyecto de Maldita.es que busca aumentar la presencia de científicas y expertas en el discurso público a través de la colaboración en la lucha contra la desinformación.
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Créditos de imagen destacada: Naberacka/Wikimedia, Agustín Garzón y David Philippi/Wikimedia.