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Las nuevas narrativas de los negacionistas del cambio climático: aunque admiten la subida global de temperaturas usan argumentos falsos para desinformar

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El calentamiento global es un hecho. El histórico de datos recopilado por distintas fuentes hace innegable la subida generalizada de las temperaturas en el planeta. Pero todavía hay personas y organizaciones que, sin negar esta subida global de las temperaturas, niegan su origen en las actividades humanas que liberan gases de efecto invernadero. También minimizan sus efectos negativos y abogan por retrasar las medidas necesarias para reducir los impactos de la crisis climática.

Fuente: NASA

En Maldita.es ya desmontamos las afirmaciones falsas o que no sostienen los datos sobre la emergencia climática en la columna publicada en Expansión en 2019. En este artículo vamos a desmontar las principales narrativas que niegan de distintas formas la crisis climática o sus soluciones. Se ampliará en el futuro con nuevas narrativas falsas sobre la crisis climática.

“El clima se está calentando, pero no sabemos desde cuándo. Hasta la década de 1960 no teníamos mediciones fiables y comenzó a calentarse mucho antes de la Revolución Industrial”

Frente a este discurso la realidad es que el calentamiento global comienza con la Revolución Industrial, como muestran las reconstrucciones de las temperaturas previas a 1850, cuando comienzan las mediciones de temperatura. Nos encontramos actualmente con las mayores temperaturas en 125.000 años y la subida ha sido la más rápida en, al menos, 2.000 años.

Fuente: IPCC

La concentración de los gases de efecto invernadero es mayor ahora de lo que era antes de la industrialización mundial: el CO2 ha aumentado más de un 50% desde la primera Revolución Industrial y el metano, más de 170% desde 1750. Estos niveles de CO2 no se conocen desde hace más de cuatro millones de años, antes de la existencia de los humanos modernos, cuando había casi 4 ºC más que en la época preindustrial y los niveles del mar eran de 5 y 25 metros más que actualmente.

Como explicamos en este artículo sobre cómo el calentamiento global tiene origen humano y existe consenso científico sobre ello, la fecha de 1750 no es causal. Es en la Revolución Industrial cuando se intensifica y generaliza la quema de combustibles fósiles que dan, como resultado la emisión precisamente de grandes cantidades de gases con efecto invernadero, especialmente, de CO2. El metano tiene una vida atmosférica más corta, pero ejerce un efecto invernadero 25 veces más potente que el CO2 en un periodo de 100 años, algo que ya contamos en Maldita.es.

“El calentamiento más rápido se ha dado en los últimos 150 años y está ligado de forma clara a las emisiones de efecto invernadero”, como explica a Maldita.es el portavoz de la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET) Rubén del Campo.

¿Y cómo sabemos que el aumento de la concentración de gases de efecto invernadero que provoca el calentamiento global tiene origen humano y no es, por ejemplo, causado por volcanes? Porque tiene una firma humana. El CO2 que proviene de fuentes fósiles tiene una proporción de átomos de carbono pesados y ligeros distinta que el proveniente de fuentes naturales, algo que son capaces de identificar los investigadores con sus equipos de medición. A medida que han avanzado las últimas décadas, la cantidad de CO2 proveniente de fuentes fósiles ha ido aumentando, convirtiéndose en la principal fuente de este gas actualmente en la atmósfera, lo que no era así en la época preindustrial.

En un artículo publicado por las Academias Nacionales de Ciencias, Ingenierías y Medicinas de Estados Unidos, los autores explican que "en el pasado lejano de la Tierra habrían hecho falta entre 5.000 y 20.000 años para lograr el aumento de los cambios de CO2 en la atmósfera que los seres humanos han causado en los últimos 60 años".

“No importa lo que hagamos ahora porque, de todas formas, el dióxido de carbono se quedará en la atmósfera durante décadas o siglos”

Aunque los gases de efecto invernadero ya emitidos permanecerán décadas en la atmósfera y seguirán calentando el clima pese a que dejemos de emitir de golpe, “una reducción drástica de las emisiones puede limitar el calentamiento y los efectos adversos asociados”, recalca Rubén del Campo.

Limitando el calentamiento global a 1,5 ºC de aquí a 2050 en vez de a 2 ºC se reducirían de manera notable los fenómenos meteorológicos extremos y los efectos más perniciosos del cambio climático, indica el Grupo Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC) en sus informes: “Cuanto menor sea el aumento de la temperatura global con respecto a los niveles preindustriales, menores serán los riesgos para las sociedades humanas y los ecosistemas naturales”, destacan.

Por ejemplo, el nivel del mar seguirá subiendo incluso si el aumento en la temperatura global se limita a 1,5 °C, pero esa elevación sería menor que con un mundo 2 °C más caliente. Además, las consecuencias de un calentamiento de 1,5 °C dependerán también de la “trayectoria” específica de emisiones de gases de efecto invernadero que se siga y la medida en que la adaptación pueda reducir la vulnerabilidad, señala el IPCC.

Por otra parte, a mayor temperatura, mayor necesidad de adaptación a la crisis climática para hacer frente a las consecuencias negativas, lo que implica mayores inversiones económicas. La adaptación es el proceso de ajuste a los cambios actuales o previstos en el clima y sus efectos. Por lo tanto, cada gramo de CO2 y de metano y cada décima de grado importa.

“Se achacan catástrofes al calentamiento global aunque los climatólogos no se arriesgan a vincularlo”

Antes de desmontar este punto, primero vamos a explicar qué es un estudio de atribución. Se trata de un trabajo estadístico que trata de calcular si un fenómeno meteorológico es más probable y/o intenso debido al cambio climático, explica Rubén del Campo a Maldita.es. En él se simula el clima en la situación actual y en otro sin modificaciones por la emisión de gases de efecto invernadero. A través de modelos matemáticos se simula miles de veces y se calcula cuántas veces aparece el fenómeno extremo con la magnitud observada en el clima alterado y sin alterar por la actividad humana. Así se calcula con qué probabilidad aparece el evento extremo en ambos escenarios.

Estos estudios de atribución se han usado para determinar que la ola de calor en Siberia de enero a junio de 2020 habría sido “casi imposible sin el cambio climático”. Otra investigación señala que el cambio climático es capaz de amplificar olas de calor en la Antártida.

Otro ejemplo reciente es que las olas de calor extremas como la abril y mayo de 2022 en India y Pakistán son 30 veces más frecuentes por el cambio climático. También podemos decir que las olas de calor como estas, que se esperan cada 100 años, son 1,2 ºC más cálidas que en un clima sin modificar.

Aunque no se pueden achacar todos los eventos extremos al cambio climático, el sexto informe del IPCC recoge que las olas de calor se han hecho más frecuentes y extremas desde los años 1950 por el cambio climático mientras que las olas de frío se han hecho menos frecuentes: “Algunos récords de calor en la última década habrían sido extremadamente improbables sin la influencia humana en el sistema climático”.

También el cambio climático ha aumentado las lluvias torrenciales a nivel mundial, aunque no en la región mediterránea. Con menor confianza, el calentamiento global de origen humano ha contribuido al aumento de sequías agrícolas y ecológicas, indica el IPCC.

Como resume a Maldita.es Rubén del Campo, no es correcto decir que cualquier evento climático extremo se debe al cambio climático pero su probabilidad de ocurrir y su intensidad ha aumentado por la actividad humana.

“El cambio climático tiene efectos positivos como obtener mejores cosechas de cereales en los países que son menos cálidos”

Frente a los efectos negativos del cambio climático, algunas voces señalan la parte positiva de la crisis climática en algunas latitudes, sobre todo en la agricultura porque las plantas necesitan CO2 para crecer. Pero como señala el IPCC en su informe dedicado a la tierra, “el cambio climático agrava la degradación del suelo, especialmente en las zonas costeras bajas, los deltas de los ríos, las zonas áridas y las zonas de permafrost”.

Aunque en muchas regiones de mayor latitud (la más alejadas del ecuador), el rendimiento de algunos cultivos como el maíz, el trigo y la remolacha azucarera ha mejorado en las últimas décadas; la productividad del maíz y el trigo en muchas regiones de baja latitud se ha visto afectado negativamente por el cambio climático. Por lo tanto, el cambio climático está dañando a la seguridad alimentaria en las zonas áridas, especialmente en África, y en las regiones de alta montaña de Asia y Sudamérica, destaca el IPCC.

La previsión del informe es que la estabilidad del suministro de alimentos disminuya según aumente la magnitud y la frecuencia de los fenómenos meteorológicos extremos que perturban las cadenas alimentarias. Además, el aumento del CO2 en la atmósfera puede reducir la calidad nutricional de la comida cultivada y se proyectan aumentos de los precios de los cereales a medida que nos acerquemos a 2050 debido al cambio climático. Como indica el grupo de expertos climáticos, esto “provocará un aumento de los precios de los alimentos y un mayor riesgo de inseguridad alimentaria y hambre. Las personas más vulnerables se verán más afectadas”.

Este daño se debe a que cuando las temperaturas diarias superan un umbral de temperatura "crítico", las plantas empiezan a experimentar un estrés térmico que da lugar a la pérdida de hojas, la esterilidad del polen o daños en los tejidos que pueden llevar a la pérdida de la cosecha, indica otro informe del IPCC. Por lo tanto, el balance global del cambio climático a nivel de la producción alimentaria es negativo.

“No hay calentamiento global desde 1998”

Los datos de la NASA muestran que, si tomamos como referencia la media de temperaturas de la superficie de la Tierra entre 1951 y 1980, la temperatura aumentó de 1999 a 2020. De hecho, 19 de los años más cálidos han ocurrido desde 2000. El  2020 empató con 2016 como el más caluroso registrado desde que se empezaron a llevar registros en 1880.

¿Por qué se utiliza el año 1998 como argumento contra el calentamiento global? 1998 fue una excepción ayudado por el fenómeno climático cíclico conocido como El Niño. Este evento altera considerablemente los patrones de viento, de temperatura de la superficie del mar y de precipitación en el Pacífico tropical e influye en el clima de toda la región del Pacífico y de muchas otras partes del mundo.

Fuente: NASA

“No están aumentando los fenómenos meteorológicos extremos”

Según el Informe de Síntesis del Quinto Informe de Evaluación del IPCC desde mediados del siglo XX se han incrementado los eventos de precipitaciones intensas, las sequías en el Mediterráneo y en la zona de África Occidental, y los días y noches cálidos: tanto golpes como olas de calor. También han aumentado los ciclones más intensos en el Atlántico Norte.

Lo que ha disminuido son los días y noches fríos, y también han descendido las sequías en el centro de América del Norte y en Australia noroccidental.

Estos datos son respaldados por informes anteriores del mismo organismo. De hecho, en el Cuarto (publicado en 2007), ya se afirmaba que “las estimaciones de la destructividad potencial de los huracanes muestran una tendencia sustancial al alza desde mediados de la década de 1970, con una tendencia hacia una mayor duración de tormenta y una mayor intensidad”. El informe expone que el número de huracanes de categoría 4 y 5 aumentó en aproximadamente un 75% desde 1970. Los mayores incrementos se registraron en los océanos Pacífico Norte, Pacífico-Índico y Sudoeste. Además, el número de huracanes en el Atlántico Norte también ha estado por encima de lo normal en nueve de los últimos 11 años, culminando en la temporada récord de 2005.

El texto recoge “el gran aumento en el número y la proporción de huracanes fuertes a nivel mundial desde 1970, incluso cuando el número total de ciclones y días de ciclones disminuyó ligeramente en la mayoría de las cuencas”. Por tanto, sólo en el caso de ciclones sí estaríamos ante una ligera disminución, mientras que los huracanes han tenido un gran aumento tanto en número como en proporción. Los huracanes y ciclones son el mismo fenómeno pero con distinta denominación al ocurrir en zonas diferentes del planeta. Así, a los ciclones tropicales de mayor intensidad se les denomina huracanes en la cuenca atlántica y Pacífico oriental, mientras que son tifones en la del Pacífico occidental.

Fernando Valladares, profesor de investigación en el CSIC y en la Universidad Rey Juan Carlos, aclaró a Maldita.es que, aunque los ciclones tropicales hayan disminuido “ha aumentado su intensidad, y la relación de esta intensidad con el cambio climático se analiza con modelos”.

En el caso de las inundaciones, Valladares recalcó que existe una nutrida evidencia del riesgo creciente con el cambio climático y que “atmósferas más calientes contienen más agua y eso conlleva más tormentas y mayor riesgo de inundaciones”.

En cuanto a las sequías, aunque sea difícil establecer una frecuencia general dada su variabilidad, este otro estudio publicado en la revista Nature muestra que se establecen más rápido y son más intensas.

“No hay deforestación”

Este argumento suele apoyarse en un artículo que la revista científica Nature publicó en agosto de 2018 donde se afirmaba que la cobertura arbórea había crecido un 7,1% y el suelo desnudo a nivel global había disminuido en 1,16 millones de kilómetros cuadrados (un 3,1%) en el período 1982-2016 según datos de satélite a nivel global. “El artículo también dice que no es lo mismo recuperar bosques secundarios de zonas templadas que perder bosques tropicales en general, con muchísimo más carbono acumulado por hectárea”, puntualizó a Maldita.es Lluís Brotons, investigador del CSIC en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF).

En la misma línea se expresó a Maldita.es el científico Michael Coe, director del Programa Amazónico en el Centro de Investigación Woods Hole (EEUU): “Sería muy escéptico con la afirmación de que no hay deforestación neta. Más importante aún, uno no puede simplemente intercambiar bosques longevos de los trópicos por bosques que vuelven a crecer en las latitudes medias o altas. Son completamente diferentes”.

Un argumento que comparte también Matt Warren, ecólogo en el Instituto de Innovación de la Tierra (EEUU), quien matiza que el artículo de Nature se refiere a pérdida o ganancia de cubierta arbórea, en general, cuando no es igual perder un bosque u otro. “No podemos equiparar los bosques tropicales con los bosques de montaña de otras regiones y, además, los bosques existentes están cada vez más fragmentados y degradados. Por otra parte, los bosques secundarios (bosques en regeneración) no son equivalentes a los bosques de crecimiento antiguo en términos de almacenamiento de carbono o biodiversidad”, resaltó a Maldita.es.

Si miramos más investigaciones, otra publicada en Science concluyó que entre el año 2002 y 2012 la masa forestal global disminuyó en 1,5 millones de kilómetros cuadrados. Además, un artículo publicado en 2015 cifra en 93.896 kilómetros cuadrados el aumento de la superficie desnuda entre el 2000 y 2012. En esa misma línea, este otro artículo científico estimó en 450.000 kilómetros cuadrados la pérdida de bosques entre el año 2000 y 2005 y en 560.000 kilómetros cuadrados menos de bosques entre 1990 y 2000.

La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) publicó en 2015 en su informe Evaluación de los recursos forestales mundiales que “la tasa anual neta de pérdida de bosques ha disminuido del 0,18 por ciento en la década de 1990 al 0,08 por ciento durante el período 2010-2015”. Eso no significa que no haya deforestación alguna sino que se pierden bosques pero a menor ritmo. De hecho, la FAO también informó que, mientras que en 1990 los bosques cubrían el 31,6 % de las zonas terrestres del planeta -unos 4.128 millones de hectáreas-, en 2015 se había pasado al 30,6 %-cerca de 3.999 millones de hectáreas-.

Además, en su informe El estado de los bosques del mundo, la FAO afirma que “la deforestación es la segunda causa más importante del cambio climático después de la quema de combustibles fósiles y representa casi el 20% de todas las emisiones de gases de efecto invernadero”.

“Los bosques no son pulmones planetarios”

Los bosques están reciclando unas pocas partes por millón de dióxido de carbono y oxígeno cada año, pero la atmósfera contiene 210.000 partes por millón de oxígeno, que se acumularon en la atmósfera hace miles de millones de años. Por lo tanto, si hay alguna contribución neta de oxígeno por parte de los bosques, “es increíblemente pequeña”, explica el investigador Michael Coe.

El ecólogo Mat Warren aclara lo que significa esta aportación neta. “Es cierto que el bosque amazónico suministra aproximadamente el 20% (el número real es alrededor del 16%) de todo el oxígeno producido en la Tierra. Sin embargo, también consume oxígeno a través de la respiración de las plantas y la respiración de los microbios que descomponen la biomasa de las plantas muertas (autótrofos y respiración heterotrófica). Por lo tanto, la contribución neta de la Amazonia al suministro global de oxígeno es cercana a cero”, afirma el experto.

Sin embargo, la expresión de que los bosques o la Amazonia son “los pulmones de la Tierra” no alude solo al oxígeno. “Se refiere a su importancia clave para el intercambio de gases con la atmósfera”, aclara Valladares. El científico explica que la Amazonia, en su función clave de regular grandes ciclos de la materia y la energía del planeta, regula e influye en el ciclo del agua mediante la transpiración de sus billones de árboles, y en el del carbono, almacenando toneladas de CO2 que, de otra forma, “estarían en la atmósfera calentando aún más el planeta”.

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