Como buen anfitrión o anfitriona, la comida o cena que te ha tocado preparar no puede acabar de otra forma que con una bandeja, a modo de postre, rebosante de toda clase de dulces navideños. Entre ellos, claro, has troceado parte de alguna tableta de turrón. ¿Ha sobrado? Efectivamente. Pero bueno, “las navidades continúan, ya se comerá en algún momento”. ¿Durante cuánto tiempo podemos echar mano a estos trozos de dulce sin que corramos el riesgo de cogernos una intoxicación alimentaria? Si hablamos de los días que duran estas fechas, podemos estar tranquilos: si los tapamos correctamente no se van a estropear ni a suponer un riesgo para nuestra salud.
En este contexto entran en juego dos aspectos diferentes. “Por un lado, la seguridad alimentaria, con la que no vamos a tener problema”, explicaba en Twitch a Maldita.es Beatriz Robles, dietista-nutricionista, tecnóloga de los alimentos y miembro de la comunidad de malditos que nos presta sus superpoderes. El motivo es que los turrones, sean del tipo que sean, duros o blandos (salvando algunas excepciones con los turrones ‘especiales’), “tienen muchísima grasa y muchísimo azúcar, y esto hace que haya poca actividad de agua, es decir, los microorganismos no van a tener agua disponible, lo que hace que les sea muy difícil multiplicarse”, añadía.
En definitiva: bien cubiertos, los trozos de turrón sobrantes podrían pasarse todas las navidades sobre la misma bandeja sin que esto supusiese un problema de seguridad alimentaria a la hora de consumirlos. Para protegerlos, basta con cubrirlos con film, papel de aluminio u otro recipiente. Así nos aseguraremos de que no se conviertan en el blanco de toda manaza que busque dulce; de animales de compañía curiosos y hambrientos que podrían llegar, incluso, a meterles lengua o simplemente del polvo y otros residuos ambientales. “Siempre que no comentamos este tipo de errores, no va a haber problema”, señalaba Robles.
La parte organoléptica (textura, sabor…) es otro cantar, sobre todo en los turrones blandos o con ingredientes que puedan derretirse. Como reflexionaba Robles, “es fácil que los que tienen cacao, por ejemplo, que también suelen llevar muchas grasas, empiecen a fundirse a la temperatura a la que tenemos la casa en estas fechas”: “A pesar de que esto tampoco supone un problema de seguridad alimentaria, acaba dándonos grimilla coger ese pedazo de turrón blando, aceitoso… Ese va a ser el mayor problema”.
¿Quiere esto decir que el turrón ‘dure’ indefinidamente? No. De hecho, en su envase podemos encontrar su fecha de consumo preferente, momento hasta el que el fabricante garantiza que el producto mantendrá cualidades como la textura, el sabor o el olor y que normalmente suele ser 12 meses posterior al momento de fabricación. Esto tiene sentido: a pesar de que la baja actividad en agua dificulta que bacterias y otros microorganismos se multipliquen en este tipo de productos, no impide que lo hagan todos: hay algunos que son capaces de crecer en estas situaciones, como los mohos.
“En casa, si nos fijamos, el moho aparece donde no aparece cualquier otra ‘cosa’, en las harinas, en los frutos secos… Ocurre porque los mohos necesitan muy poquita agua disponible para crecer”, recordaba la experta. Esto también podría ser un problema en turrones. La recomendación de Robles es clara: respetar la fecha de consumo preferente, tanto en productos abiertos, en los que sería más probable que el moho creciese (al entrar en contacto con esporas presentes el aire); como en cerrados, en caso de posibles contaminaciones durante la fabricación. Contaminación que, aunque no supondría un problema antes de la fecha marcada, sí podría hacerlo después.
En este artículo ha colaborado con sus superpoderes la maldita Beatriz Robles, dietista-nutricionista y tecnóloga de los alimentos.
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Este artículo forma parte del 31º consultorio de Maldita Alimentación.