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“¡Tapita de saltamontes para la mesa tres!”: qué ventajas supone incluir los insectos en nuestra alimentación y cómo se regula su venta

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“Fui a Tailandia y me acordé de ti (por eso te traigo saltamontes, gusanos y escorpiones para merendar)”. Hace años, concretamente desde 2018, que no es necesario que un allegado viaje al sudeste asiático para poder hacer cata de ciertos tipos de insectos. De hecho, es posible que incluso ya te haya llamado la atención alguna bolsa de grillos o escarabajos sobre las estanterías de tu supermercado. ¿Qué papel pueden desempeñar estos en nuestra alimentación? ¿Supone su consumo algún riesgo para la seguridad alimentaria? ¿Me puedo zampar vuelta y vuelta a la sartén la próxima cucaracha que se cuele en casa? A esto último: ni se te ocurra. Sobre el resto, te lo explicamos. 

Los insectos aportan proteínas de buena calidad

Cuando en Maldita.es explicamos los entresijos del vídeo viral de TikTok en el que se mostraba cómo, al meter fresas en agua con sal, salían de ellas insectos de toda clase, el chiste fácil fue hacer referencia a ese plus de proteína que obtendría por la cara el despistado o despistada que se los hubiera llevado a la boca (opción poco probable, salvo alguna que otra larva). Aunque el contenido nutricional de los insectos depende de su etapa de vida (si es más o menos adulto), además de su hábitat, su dieta y la forma en la que estén preparados, es cierto que proporcionan proteínas y otros nutrientes de calidad, según señala la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés).  

Ahora bien, como hemos explicado en Maldita.es, no toda la proteína es de igual calidad. Estos macronutrientes son una especie de cadena de eslabones: combinaciones distintas de un total de 20 aminoácidos diferentes. De ellos, 9 se consideran esenciales, es decir, que tenemos que ingerirlos a través de la dieta porque nuestro organismo no es capaz de sintetizarlos.  

En este contexto, se considera una proteína de ‘buena calidad’ (de alto valor biológico) a aquella que incluye esos 9 aminoácidos. Aunque pueden proceder de vegetales (de la soja o los garbanzos), lo cierto es que su origen suele ser animal. ¿Problema? Ninguno: combinando distintas fuentes de proteína vegetal, podemos obtener todos los aminoácidos esenciales, no hace falta que sea en el mismo momento del día ni a través de solo un alimento.

¿Qué ocurre con las proteínas que aportan los insectos? Según un estudio publicado en 2013 en la revista científica Food Chemistry, existen cinco tipos de estos animales, como el gusano o el escarabajo de la harina (Tenebrio molitor), cuya calidad proteica es similar a la de la carne, tanto en cantidad como en calidad. Hay especies de insectos, como la langosta migratoria (Locusta migratoria), comparables a ciertos mamíferos, reptiles y peces en cuanto a la cantidad de proteína que aportan, según recoge la FAO en esta tabla: 

Fuente: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO)

La organización añade que la mayor parte de las especies de insectos contienen, además “niveles elevados de ácidos grasos (comparables con el pescado)” y que “también son ricos en fibra y micronutrientes como cobre, hierro, magnesio, fósforo, manganeso, selenio y cinc”.

Y sobre la pregunta que todos nos planteamos: ¿a qué saben los insectos? Probablemente la respuesta sea menos exótica de lo que piensas: dependerá de los ingredientes con los que esté cocinado y del producto del que formen parte los que se comercializan hoy en día pero, normalmente, suelen ser llevar añadido ajo y plantas aromáticas (es decir, quizá resulte complicado ‘captar’ ese nuevo sabor, más allá del de los condimentos). 

El consumo de insectos no tiene por qué suponer un riesgo para la salud

Es probable que al pensar en ellos los imagines en contextos más bien poco agradables: sitios sucios, con mal olor y, al fin y al cabo, donde pueden reinar bacterias y otros microorganismos perjudiciales para la salud. Sin embargo, siempre y cuando hayan sido manipulados en las mismas condiciones de higiene que cualquier otro alimento y exceptuando alergias comparables a las causadas por crustáceos, el consumo de insectos no se relaciona con la transmisión de enfermedades a humanos (esto no contempla que sea seguro zamparte un saltamontes recién cogido del campo, por ejemplo). 

Es más, como señala la FAO, “en comparación con los mamíferos y las aves, los insectos pueden plantear un riesgo menor de transmisión de infecciones zoonóticas a los humanos, el ganado y la fauna”, aunque, añade, debe investigarse el tema más a fondo.

“Si de algo podemos presumir en la Unión Europea (UE) es de que los alimentos que llegan a nuestra mesa son seguros”, recuerda la dietista-nutricionista y tecnóloga de los alimentos Beatriz Robles en su blog. En una opinión científica emitida por la Autoridad Europea de Seguridad Alimentaria (EFSA, por sus siglas en inglés), se señala que “si los insectos se alimentan con productos autorizados (lo que no incluye las heces humanas y el estiércol), los riesgos microbiológicos serán similares a los de cualquier otra fuente de proteína de origen animal”.

No obstante, la EFSA indica que se necesitan más estudios sobre los posibles microorganismos patógenos y los riesgos químicos que podrían afectar a la salud humana al consumir insectos. 

De ahí que, para que una clase de insecto se autorice como nuevo alimento, “se tenga que evaluar su seguridad (bien por la EFSA [mediante una solicitud de autorización de nuevos alimentos] o bien porque su consumo haya sido seguro en un tercer país durante al menos 25 años)”, como explica Robles y se recoge en el Reglamento (UE) 2015/2283, aplicable desde el 1 de enero de 2018. Esto quiere decir que todo aquel que quiera comercializar insectos para alimentación humana en la UE debe presentar una solicitud de autorización o de notificación, en base a uno de los dos procedimientos.

Actualmente, son tres las especies de insecto cuya comercialización está autorizada por el Reglamento europeo (UE) 2015/2283: el escarabajo o gusano de la harina (Tenebrio molitor), la langosta migratoria (Locusta migratoria) y el grillo doméstico (Acheta domesticus).

Los insectos cocinados como recurso alimentario sostenible

Hablando del consumo de insectos, hablamos de “varias ventajas que van mucho más allá de diversificar nuestra dieta o subir fotos hípsters a Instagram”, como señala Robles: “Si tengo que elegir una única razón escojo la sostenibilidad”.

La FAO indica que los insectos pueden ser una alternativa más barata y sostenible cuando se consideran los costes externos de la recolección, producción y el transporte, como el agua dulce, las emisiones de gases de efecto invernadero y el consumo de combustibles fósiles, a la hora de calcular los costes totales de los alimentos que se producen con técnicas convencionales. 

Si traducimos en cifras, por ejemplo, la organización calcula que los grillos necesitan 12 veces menos alimento que las vacas, cuatro menos que las ovejas y la mitad que los cerdos o los pollos para obtener la misma cantidad de proteína.

Este contenido es apoyado por la iniciativa “Alimentando el cambio” de YOPRO en el que Maldita.es colabora elaborando contenidos independientes según su metodología.

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