La ausencia de mujeres en el ámbito científico y tecnológico no perjudica sólo a las mujeres que querrían estar ahí y no pueden, sino también a la sociedad que aprovechará y disfrutará sus resultados, que serán un poco peores si las mujeres no están involucradas. Y estos son algunos ejemplos de ello.
Confusión en los síntomas cardíacos
Ya hemos hablado en Maldita Ciencia de este tema, cuando nos preguntasteis por la veracidad de una infografía en la que se señalaban los síntomas de infarto en la mujer y cómo son diferentes que en los hombres.
En los hombres el más común es la opresión y el dolor en el pecho, y aunque este es también el más común en las mujeres, hay más mujeres que hombres que no lo sufren (del 30 al 37% de las mujeres frente al 17-27% de los hombres).
Eso quiere decir que hasta un tercio de las mujeres no padecen el síntoma más conocido y reconocible a nuestros ojos cuando tienen un infarto. En cambio pueden tener otros síntomas que nos parecen atípicos o poco específicos, como náuseas, problemas para respirar o dolor en la mandíbula. Esto dificulta su diagnóstico y empeora el pronóstico.
No solo esto. El tratamiento en personas en riesgo cardiovascular para prevenir los ataques al corazón incluye en muchos casos el consumo de dosis bajas de aspirina de forma regular, pero un estudio realizado en mujeres de menos de 65 años durante más de 10 años concluyó que, en ellas, esto no reduce el riesgo de infarto, aunque sí el de ictus. Desde entonces se han publicado otros estudios y los resultados globales no están del todo claros aun, pero parece haber una diferencia por sexos, así como por edad, en el efecto de esta medida.
Medicamentos con más efectos secundarios en mujeres
Aunque cada vez es menos habitual, en muchas investigaciones biomédicas y estudios clínicos se han utilizado y se utilizan aun hoy, exclusivamente modelos animales (ratones) machos y varones como sujetos de investigación. La teoría detrás de esto es que los cambios hormonales que las hembras y mujeres sufren a lo largo del ciclo menstrual podrían interferir con los resultados, además de descartar así posibles daños a un embarazo aun no detectado.
Pero eso ha significado que algunos medicamentos han llegado al mercado sin conocerse lo suficiente sobre sus efectos en las mujeres, que al fin y al cabo son la mitad de la población e incluso las principales consumidoras de algunos medicamentos.
Un ejemplo es el zolpidem (también conocido como Ambien o Stilnox dependiendo del país). Se trata de un medicamento que se utiliza para tratar problemas del sueño y cuyas dosis originales estaban calculadas en base al metabolismo masculino, a pesar de que las mujeres sufren más trastornos del sueño y por tanto constituían sus principales usuarias potenciales.
Una vez en el mercado y con las dosis oficialmente recomendadas, se comprobó que el cuerpo de las mujeres lo metaboliza más despacio y por tanto que aunque se ajuste la dosis al peso es más habitual que aun queden restos del medicamento en la sangre de las mujeres al despertarse que en la de los hombres, y que eso sea un impedimento para llevar a cabo ciertas actividades, como conducir.
Por eso en 2013 la FDA (Federal Drug Administration, la autoridad estadounidense en cuanto a la regulación de los medicamentos) emitió un cambio en las recomendaciones para que las dosis prescritas a las mujeres se redujesen a la mitad. La Agencia Europea del Medicamento también actualizó entonces sus recomendaciones sobre la información y dosis del medicamento.
No es el único caso. Según un informe de la US Goverment Accountability Office, 8 de los 10 medicamentos retirados del mercado entre 1997 y 2000 tenían más efectos secundarios en las mujeres que en los hombres. En cuatro de esos casos la diferencia podía deberse a que eran medicamentos prescritos principalmente a mujeres más que a hombres, pero en otros cuatros, las prescripciones estaban igualmente distribuidas y aun así ellas sufrían más efectos secundarios que ellos.
Apple, ¿por qué no puedo monitorizar mi regla?
Durante años se ha señalado la existencia de un sesgo de género detrás de muchas de las innovaciones y productos que las empresas tecnológicas sacan al mercado (hola, fabricantes de teléfonos enormes para manos enormes), y los asistentes de voz han sido uno de los últimos ejemplos.
En 2016, Rachel Tatman, investigadora de datos y lingüística de la Universidad de Washington, llevó a cabo una investigación en la que concluyó que el software de reconocimiento de voz de Google tenía un 70% más de probabilidades de reconocer con precisión las instrucción de una voz masculina. Aquí otro estudio, anterior y orientado a aplicaciones de voz en el campo de la medicina, con resultados similares.
El sesgo puede percibirse en otros detalles no tan cuantificables pero muy ilustrativos. Cuando Apple lanzó Siri, su asistente de voz, en 2011, los usuarios en Estados Unidos se sorprendieron al descubrir que podía ayudarte a encontrar Viagra o prostitutas, pero tenía problemas para ubicar sitios donde conseguir métodos anticonceptivos y era incapaz de dar con clínicas abortivas. Era la versión beta del producto y aun había mucho que mejorar, dijo entonces la empresa. Pero en 2016, un estudio que analizaba la respuesta del sistema a distintas situaciones traumáticas se encontró con que Siri podía sugerirte servicios ayuda si le decías que tenías ideas suicidas, pero que no sabía qué responder si le decías que habías sido violada.
Y hablando de Apple: en 2014 lanzó a bombo y platillo HealthKit, su sistema de monitorización de actividad física y salud con el que se podía hacer un seguimiento de los pasos dados, el ritmo cardíaco, la calidad del sueño, la presión sanguínea, la altura, el número de veces al día que utilizases un inhalador, la ingesta de sodio... Lo tenía todo. O casi, porque pronto muchas voces señalaron lo que para la mitad de la población era obvio que faltaba: seguimiento del ciclo menstrual.
¿A quién protegen los cinturones de seguridad?
En las pruebas para analizar la efectividad de los cinturones y otras medidas de seguridad de los coches se utilizan los llamados dummies, muñecos que representan el cuerpo humano y con los que se miden los impactos, tensiones y daños cuando se produce un accidente. Como cuenta el proyecto Gendered Innovations de la Universidad de Stanford, los primeros se desarrollaron en los años 50 dentro de las fuerzas estadounidenses para testar la seguridad de los aviones, y puesto que por entonces no había mujeres que fuesen pilotos de guerra, la prioridad era proteger el cuerpo masculino. Los dummies tenían sus medidas y constitución medias: 1,77 metros de altura, unos 77 kilos y su distribución muscular.
Pero cuando pasaron a utilizarse para la seguridad en accidentes de coche, los dummies no se actualizaron inmediatamente. Y no se trataba solo de ajustar el tamaño y el peso. Las mujeres cuando conducen se sientan en una posición ligeramente distinta a la de los hombres (normalmente para compensar una menor estatura) y eso hace que reciban los impactos de forma distinta, y sus cuellos normalmente son menos musculados, algo que la firmeza los reposacabezas no tenían en cuenta. No tener esto en cuenta de forma generalizada hasta las últimas décadas ha hecho que durante años las mujeres, incluso utilizando los cinturones de seguridad, tenían más probabilidades (un 47% más, según un estudio) de sufrir lesiones graves en caso de accidente.
El problema se agudiza cuando se mira a mujeres embarazadas. Hasta 1994 no se introdujo un dummy que representase a específicamente a una mujer embarazada, y por eso se sabía muy poco de cómo el cinturón de seguridad podía afectar al feto incluso en accidentes donde la madre resultaba ilesa.
Algo parecido ocurre con los chalecos antibalas que utilizan las fuerzas de seguridad y los ejércitos de todo el mundo. Diseñados en principio con el cuerpo masculino en mente, dar a las mujeres versiones más pequeñas no es suficiente. El torso femenino no es solo más pequeño, también tiene una forma diferente: hombros estrechos, volumen en el pecho, cintura más estrecha y caderas más anchas. Esto pone en riesgo su seguridad al protegerlas de forma incompleta, limita sus movimientos y puede causar lesiones, como cuenta este informe sobre equipación de protección personal y mujeres (páginas 9 y 10).
Tenemos una idea incompleta y distorsionada de la reproducción
Cuando estudiamos el sistema reproductor humano, los libros de texto nos enseñaron que los roles están divididos entre el papel activo de los espermatozoides (que salen a la carrera compitiendo por ser los primeros en llegar al óvulo y fecundarlo) y el papel pasivo de los óvulos (que se limitan a madurar y esperar a ser fecundados). Estas ideas a menudo se extienden e identifican con las actitudes de ambos sexos respecto a las relaciones sexuales: los hombres son considerados activos y competitivos mientras que las mujeres son pasivas y pacientes.
Pero esta no es toda la historia. En realidad, el aparato reproductor femenino hace más que madurar un óvulo y esperar a que este sea fecundado. El moco cervical hace el primer filtrado de los espermatozoides más aptos para la fertilización, y la actividad muscular del útero es imprescindible para que esos espermatozoides lleguen a los oviductos, los conductos por los que transcurre el óvulo y dónde éste debe ser fecundado para que ocurra la reproducción.
También es importante para la reproducción el proceso de capacitación, la fase final del desarrollo de los espermatozoides, necesaria para que puedan fecundar el óvulo. Esta fase ocurre tras la eyaculación, cuando el esperma entra en contacto con determinados fluidos del sistema reproductor femenino (aunque en el laboratorio puede ocurrir en otras circunstancias). De forma que, de nuevo, el papel femenino en la reproducción es más activo de lo que aprendimos en el colegio.