Artículo publicado originalmente en Climática/La Marea el 30 de noviembre de 2022 por Juan F. Samaniego y Eduardo Robaina.
Cuando el pasado domingo 27 de noviembre la lava empezó a brotar en una de las laderas del Mauna Loa, en la isla de Hawái (Estados Unidos), nadie fue pillado por sorpresa. La última erupción del mayor volcán activo del planeta no tenía nada fuera de lo normal en unas islas muy habituadas a convivir con la lava. Sin embargo, en lo alto del volcán, a 3.400 metros de altitud, la sensación de alarma era más evidente. Allí, a pocos kilómetros del cráter, se encuentra el Observatorio de Mauna Loa, referencia mundial para medir la concentración atmosférica de dióxido de carbono (CO2), el principal gas de efecto invernadero causante del cambio climático.
Con la erupción, no han tardado en salir los primeros mensajes negacionistas y retardistas. Al ya clásico (y falso) argumento de que los volcanes son los que causan el cambio climático actual, ahora se suma la preocupación por si este evento natural, dada su cercanía, es capaz de alterar los datos recogidos por el observatorio. ¿Qué hay de cierto y qué no en todo esto?
La erupción y el observatorio de Mauna Loa
El Observatorio de Mauna Loa, dependiente del Laboratorio de Investigación del Sistema Terrestre –y que, a su vez, forma parte de la Administración Nacional Oceánica y Atmosférica (NOAA)–, es la estación de medición de CO2 más antigua en funcionamiento. Pero, ¿por qué en Hawái y sobre un volcán?
Fue Charles David Keeling el primero en colocar sobre el Mauna Loa su observatorio de medición de gases atmosféricos. Era 1958, y aún había mucha incertidumbre respecto al origen del cambio climático. Sin embargo, la labor del científico permitió demostrar cómo la influencia humana –principalmente por la quema de combustibles fósiles– estaba incrementando los niveles de CO2 en la atmósfera, lo que alteraba el clima. Este aumento de CO2 se representa gráficamente con la mundialmente conocida Curva de Keeling:
El observatorio está ubicado en la ladera norte del Mauna Loa, a una altura exacta de 3.397 metros sobre el nivel del mar. Al estar tan elevado, sus sensores se sitúan muy lejos de la zona baja de la atmósfera terrestre, la más contaminada. Esto, junto con el aire inalterado, la ubicación remota y las mínimas influencias de la vegetación y la actividad humana, hace que sea el lugar ideal para monitorizar los cambios en los componentes de la atmósfera que pueden causar el cambio climático. Aunque, como suele ocurrir, no todo es perfecto. Erupciones volcánicas como la de ahora son su talón de Aquiles.
De hecho, no es la primera vez que la lava empieza a brotar en la ladera norte del volcán. Allí se registraron erupciones en 1843, 1852, 1855–1856, 1880–1881, 1899, 1935–1936, 1942 y 1984. Durante esta última, el observatorio estuvo meses sin poder registrar mediciones hasta que se instaló un generador. Pero esta vez es diferente, ya que el foco de la erupción está relativamente cerca de las instalaciones, según el servicio geográfico de Estados Unidos. Por ahora, el río de lava ha cortado el acceso por carretera y ha dejado sin suministro eléctrico al observatorio.
Las mediciones de CO₂ están interrumpidas
La evacuación del Observatorio de Mauna Loa tras la erupción y la interrupción del suministro eléctrico han obligado a paralizar la actividad del centro. Desde la tarde del lunes 28 no se están registrando datos. “Nuestro sistema de análisis y el equipo asociado de control de gases y adquisición de datos necesitan electricidad para funcionar, así que están parados. Incluso con energía, pero sin acceso por carretera, algunos de los instrumentos se acabarían obstruyendo y deteniendo”, explica Edward Dlugokencky, responsable de la medición de gases de efecto invernadero del Laboratorio de Monitorización Global, del que depende el Observatorio de Mauna Loa.
Por ahora, los flujos de lava no ponen en riesgo los instrumentos ni las instalaciones del observatorio. Tampoco suponen riesgo para los habitantes locales, ya que se encuentran todavía muy lejos de los núcleos de población. Aun así, el servicio geográfico de Estados Unidos mantiene el nivel de alerta roja en toda la isla. Además, advierte de que las erupciones en la zona suelen ser muy dinámicas y los flujos de lava pueden cambiar de dirección con rapidez.
El geocientífico Ralph Keeling –hijo de Charles David y responsable de mantener la Curva de Keeling– reconoce que la situación es “muy preocupante” ya que “es una gran erupción y está en un mal lugar“. El científico explicaba a la CNN que tiene la sensación de que “no se va a volver a la normalidad durante meses".
A medida que la lava continúa su camino natural y destructor, el equipo de investigadores se apresura para encontrar un lugar cercano y a salvo que les permita poner en marcha, de forma provisional, las mediciones de datos. «Tendremos que trabajar mucho para demostrar que los datos sustitutos son comparables. Nuestro trabajo a partir de este evento se va a extender durante algunos años», explica Keeling en declaraciones a Bloomberg.
¿Se verán afectadas las mediciones globales de CO₂?
Otra de las grandes cuestiones que asaltan tras la erupción volcánica es qué pasará con los registros una vez se restablezcan los equipos. El dióxido de carbono es uno de los muchos gases que emanan del volcán, por lo que es lógico pensar que, si la erupción está cerca, los instrumentos del observatorio recogerán un rápido incremento del CO2 y medirán mal los gases de efecto invernadero en la atmósfera. “Si el sistema de análisis estuviese funcionando, registraría un aumento del dióxido de carbono cuando el viento soplase desde el lugar de la erupción. Sin embargo, cuando el viento soplase en otras direcciones, las mediciones no se verían afectadas”, señala Dlugokencky.
Además, si se produjeran, estas alteraciones serían algo puntual y sin efecto en las mediciones generales del Observatorio de Mauna Loa puesto que éste no mide las concentraciones locales de CO2, sino la llamada concentración de CO2 de fondo. Está situado en lo alto de este volcán en el medio del océano precisamente para evitar la mayor parte de las interferencias y de las fuentes locales de contaminación. Además, desde el principio ha estado preparado para detectar alteraciones producidas por emisiones locales, como las de una erupción, y corregirlas en sus registros.
“Lo que más nos interesa medir en el Mauna Loa es la concentración de CO2 de fondo, en la que podemos ver los efectos de las emisiones de gases de efecto invernadero que han tenido lugar a miles de kilómetros del observatorio”, añade Dlugokencky. “En el caso de una fuente local de emisiones como una erupción en el volcán, es bastante fácil detectar las desviaciones en las mediciones en función de la dirección del viento. De hecho, es lo que hicimos ya durante la erupción de 1984”.
Y, más allá de las mediciones del observatorio, ¿cuál es el potencial de esta erupción para aumentar la concentración de CO2 atmosférico a nivel global? A fin de cuentas, de los casi 1,3 ºC que se ha calentando el planeta desde la época preindustrial, el CO2 es responsable de unos 0,75 ºC. El investigador químico Edward Dlugokencky lo deja claro: “Prácticamente nulo”.
En la misma línea se explica la investigadora palmera Omaira García Rodríguez: “A escala local o regional y durante periodos muy cortos de tiempo, las concentraciones de CO2 observadas sí se pueden modificar de una forma apreciable debido a las contribuciones de las emisiones volcánicas”, no obstante, “las emisiones de CO2 de este tipo de volcanes, como en general la de todos los procesos eruptivos, son poco significativas en el balance global”. Zanja Dlugokencky: “Incluso erupciones bastante grandes como la del Pinatubo emiten pequeñas cantidades de CO2 en relación con la quema de combustibles fósiles”.
De Hawái a Tenerife
Omaira García trabaja en el Centro de Investigación Atmosférica de Izaña (Tenerife), perteneciente a la Agencia Estatal de Meteorología (AEMET). Un lugar que guarda muchas similitudes con el Observatorio de Mauna Loa: están en una isla, una de las labores de ambos centros es medir los gases atmosféricos, están situados en zona volcánica y han sufrido recientemente una erupción.
El Centro de Investigación Atmosférica de Izaña, situado muy cerca del volcán más grande de España (Teide), está a una altura de 2.367 metros. Cuando en 2021 estalló el volcán de La Palma, a 140 km de distancia, la experta cuenta que “se registraron incrementos de hasta 75 partes por millón (ppm) de forma puntual cuando la nube de dispersión volcánica impactó el observatorio”. Este valor, detalla, “supone casi 10 veces la variación estacional de nuestra región (8 ppm), y casi 40 veces la tendencia de crecimiento interanual global de aproximadamente 2 ppm”.
Sin embargo, no hay de qué preocuparse. Como dice Omaira García Rodríguez, todos los volcanes activos del mundo –tanto terrestres como submarinos– generan alrededor de 200 millones de toneladas de CO2 al año. Una cifra que se queda en nada si se compara con los cerca de 24.000 millones de toneladas de emisiones de CO2 que generan las actividades humanas. “Las emisiones de gases de efecto invernadero por volcanes suponen menos del 1% de las generadas por las actividades humanas”, afirma.
¿Y qué pasaría si, al igual que ocurrió en Mauna Loa, el Teide entra en erupción? “Dada la cercanía del Observatorio de Izaña al volcán del Teide, si éste entrara en erupción en un futuro, el observatorio se vería significativamente afectado por las emisiones de partículas y de gases”, explica Omaira García Rodríguez, que además es responsable de uno de los 30 únicos espectrómetros FTIR que existen en todo el mundo, un instrumento capaz de medir todos los gases de efecto invernadero causantes del cambio climático. Pero más allá de estar en una isla, tener un volcán como hogar y trabajar en aspectos comunes, la relación entre el Observatorio de Mauna Loa y el Centro de Investigación Atmosférica de Izaña es clave ahora. En estos momentos, según la investigadora canaria de la AEMET, “se está coordinando la posibilidad de realizar provisionalmente” en el observatorio tinerfeño “las calibraciones absolutas de los instrumentos de referencia de la red mundial de monitorización de aerosoles AERONET de la NASA así como de su sub-red europea (AERONET-Europe), las cuales se realizan rutinariamente en el Observatorio de Mauna Loa”.
Imagen del avance de la lava en Mauna Loa (Estados Unidos) tomada por el Servicio Geológico de Estados Unidos.