Republicamos este artículo de Eduardo Robaina, publicado originalmente por Climática/La Marea el 6 de agosto de 2022.
Como si de un hermano mayor que siente que su familia solo hace caso al más pequeño, las olas de calor marinas son las grandes olvidadas frente a las olas de calor terrestres. Incluso cuando hablamos del océano, importa y preocupa más la problemática de los plásticos que el hecho de que los mares se estén transformando en una sopa.
“Los seres humanos solemos prestar más atención a aquello que sucede en el medio donde desarrollamos nuestra vida”, explica Pablo Rodríguez Ros, doctor en Ciencias del Mar, en referencia a por qué obtienen más espacio las olas de calor que aumentan la temperatura del aire que las que abrasan las aguas. Una de las claves es que “a la hora de afrontar retos oceánicos, relacionados o no con el cambio climático, ponemos mucho más énfasis en las consecuencias que en las causas, lo cual origina que la sociedad muchas veces no sepa dónde hay que exigir medidas”, señala el experto.
Qué son las olas de calor marinas y qué las desencadena
Puede que uno de los motivos por el que las olas de calor marinas (conocidas en inglés como MHW, de Marine Heatwaves) pasen tan desapercibidas es que hasta hace unos años no existía un criterio común para definirlas.
Aunque se identifican desde 1982, no fue hasta 2016 cuando un artículo científico publicado en Progress in Oceanography presentó una definición en busca de consenso. Según los autores, estamos ante una ola de calor marina cuando la temperatura del agua del mar está por encima del 90% de los datos históricos para esa zona y época del año durante al menos cinco días. Estos eventos, que pueden durar meses y extenderse hasta miles de kilómetros, se pueden dividir en cuatro categorías según la intensidad o anomalía del calentamiento: moderado, fuerte, severo o extremo.
El calentamiento anómalo de las aguas oceánicas puede deberse a una serie de procesos oceánicos y atmosféricos. Como explica Joaquim Garrabou, investigador del Instituto de Ciencias del Mar (ICM-CSIC) de Barcelona y coordinador de la red T-MEDNet sobre el estudio del calentamiento marino, las olas de calor marinas se producen por cuatro motivos. Estos son: la transferencia de calor del aire al mar, cambios en el régimen de vientos que modifican procesos hidrológicos como las surgencias (subida de las aguas profundas y frías hacia la superficie), cambios en las corrientes (por ejemplo, corrientes calientes que llegan a latitudes altas), y fenómenos como El Niño (un calentamiento anómalo que se da en las aguas del Pacífico).
¿Qué papel desempeña el cambio climático?
El cambio climático no crea las olas de calor marinas ni las que se dan en la superficie. Tampoco es el responsable de otros eventos extremos como huracanes, lluvias torrenciales, sequías o incendios forestales. Lo que hace el calentamiento global es hacer que ocurran antes de lo esperado, que se repita muchas veces y que sea más potente y destructivo.
“Si no se reducen drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero (por ejemplo, un 45% para 2030, como recomienda el IPCC), las cosas solo van a empeorar”, sentencia Alistair Hobday, director de investigación y científico investigador de la Organización de Investigación Científica e Industrial del Commonwealth (CSIRO) de Australia. Este especialista es una de las voces referentes en el estudio y compresión de estos eventos extremos, pues es el autor principal de los artículos –mencionados al principio– que sentaron las bases sobre qué son las olas de calor marinas y cómo catalogarlas. Por ello, forma parte de marineheatwaves.org, un grupo de científicos que abarca varios continentes y campos de estudio dedicados a entender las olas de calor marinas.
El calentamiento provocado por las actividades humanas ha hecho, sin duda, que las olas de calor marinas hayan aumentado en frecuencia, intensidad y extensión. “La tendencia es clara, viéndose un evidente punto de inflexión al inicio del siglo XXI, y más notable aún a partir de 2015”, confirma Mar Roca, investigadora oceanógrafa del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMAN-CSIC).
La mayor y más actual evidencia sobre el papel que juega el cambio climático en los océanos está recogida en un informe especial del IPCC publicado en 2019. En él, se menciona que el 84-90% de todas las olas de calor marinas que se producen a nivel mundial en la actualidad son atribuibles al aumento de la temperatura desde la época preindustrial (1850-1900). Es más, el número total de días con olas de calor marinas promediado en todo el mundo ha aumentado en un 50% durante el último siglo. Muchos de los eventos de temperaturas extremas en el mar no se producirían sin la influencia del cambio climático y, aunque los negacionistas lo digan, no pueden explicarse por la variabilidad natural del clima.
Como se observa en la imagen de arriba, todas las cuencas oceánicas han registrado olas de calor marinas en las últimas dos décadas. Entre los ejemplos más destacados se encuentran la del Mediterráneo de 2003, la del Pacífico nororiental de 2013-2015 (a menudo denominado The Blob –La Mancha–), la del Mar Amarillo/Mar de China Oriental de 2016, la de Australia Occidental de 2011, y la del Atlántico noroccidental de 2012.
Del Meditarráneo a la Gran Barrera de Coral de Australia: las consecuencias de las olas de calor marinas
El año pasado, y por sexto año consecutivo, el océano se calentó como nunca desde que hay registros (1955). Y, a la vez que su temperatura media no para de aumentar, sufre constantemente olas de calor marinas, lo que hace que el mar sea, literalmente, inhabitable.
Los episodios de temperaturas extremas son una desgracia para las millones de especies que habitan el océano. La principal consecuencia a nivel de biodiversidad, como explica Joaquim Garrabou, son los eventos de mortalidad masiva, que pueden afectar al mismo tiempo a un gran número de especies de diversos grupos (corales, esponjas, algas, fanerógamas marinas…). “En algunos casos puede llegar hasta al 80% de los individuos afectados”, señala. En la última década, estos eventos también han provocado la pérdida de los principales tipos de hábitat, incluidos los bosques de algas, las hierbas marinas y los manglares.
Estos impactos son «una fuente más de perturbación» a añadir a la lista de los que ya afectan a los ecosistemas marinos: «sobrepesca, contaminación, especies invasoras, plásticos…”, recuerda el investigador. Y alerta de que la degradación de los ecosistemas marinos puede afectar también “a la capacidad de reciclaje de nutrientes, captura de CO2, el turismo a través de blooms [rápido incremento] de algas nocivas, pérdida de atractivo de los fondos, etc.”.
En el caso del Mediterráneo, punto que se calienta un 20% más rápido que la media mundial, los eventos de mortalidad masiva asociados a las olas de calor marinas podrían ser la nueva normalidad, según acaba de concluir una investigación liderada por el Institut de Ciències del Mar (ICM-CSIC) y el propio Garrabou. La investigación, paradójicamente, se ha publicado en los mismos días de julio en los que el Mediterráneo ha alcanzado temperaturas de 6 ºC por encima de lo normal. “Estas olas de calor marinas afectan a más del 90% del Mediterráneo y alcanzan más de 26 ºC, golpeando especialmente a especies clave como las praderas de Posidonia oceánica, gorgonias, poblaciones de coral o macroalgas”, explica la oceanógrafa Mar Roca citando el trabajo. Este mismo viernes, incluso se han alcanzado los 30 ºC en algunos puntos.
Una de las autoras del estudio sobre el Mediterráneo es Emma Cebrián, científica titular del Centro de Estudios Avanzados de Blanes (CEAB-CSIC), quien arroja un apunte revelador sobre la situación de la cuenca mediterránea: “Desde los primeros datos de satélite (finales de los 80) hasta la actualidad ha habido 11 olas de calor marinas extremas, de las cuales, cinco han tenido lugar en los últimos cinco años. Actualmente, cada año tenemos una ola de calor marina extrema”, evidencia.
La investigadora recuerda que la olas de calor marinas desatan “otros impactos muy grandes que puede que no sean tan evidentes, pero que a nivel económico tiene sus consecuencias”. Como ejemplo destaca “la reproducción y el desove de algunas especies de peces, lo que afecta a la pesca artesanal”, cuenta.
Las pérdidas económicas debidas a la distribución y disminución de peces y mariscos por episodios de temperaturas extremas está más que documentada. El año pasado, un estudio en el que participó Alistair J. Hobday cifró las pérdidas directas por las olas de calor marinas en 800 millones de dólares y las indirectas en más de 3.100 millones.
No obstante, uno de los mayores dramas impulsados por las aguas extremadamente cálidas es la situación de la Gran Barrera de Coral. Este ecosistema único, situado frente a la costa de Queensland, al noreste de Australia, ha sufrido este año su cuarto blanqueamiento masivo desde 2016 (y el sexto desde 1998), un proceso que marca el inicio de la muerte de los corales debido a una situación de estrés provocado por las altas temperaturas del mar.
Estos blanqueamientos hacen, por ejemplo, que peces como Nemo y Dory, los famosos protagonistas de una película de Pixar, tengan comprometida su subsistencia. Las altas temperaturas y los episodios de calor extremo destruyen sus hábitats –corales y anémonas–, lo que se traduce en problemas reproductivos e incapacidad de adaptarse a los cambios ambientales.
Finalmente, otra de las consecuencias derivadas de las olas de calor marinas es el aumento de probabilidades de fenómenos meteorológicos extremos: “Esta última década ha mostrado cambios en la circulación atmosférica favoreciendo incursiones de aire frío en las capas superiores de la atmósfera y, en ocasiones, Depresiones Aisladas de Niveles Altos (DANAs) conocidas como gota fría”. Este escenario de lluvias torrenciales previstas para finales de verano y principios de otoño, explica, “se ha visto favorecido por la presencia y persistencia de olas de calor marinas en la época estival”.
¿Qué nos deparará el futuro?
Desde 1970, los océanos han sufrido un aumento de la temperatura sin interrupción y han absorbido más del 90% del exceso de calor en el sistema climático. Además, capturan alrededor del 23% de las emisiones anuales de CO2 antropogénico a la atmósfera. Desde 1993, el nivel de calentamiento de los océanos se ha duplicado con creces. En cuanto a las olas de calor marinas, han duplicado su frecuencia desde principios de los 80. Y lo que está por venir no es mucho mejor.
Entre 1997 y 1998 se registró la ola de calor marina extrema más extensa y duradera hasta la fecha. Fue en el Pacífico Tropical Oriental, abarcó casi 12 millones de km2 y duró 283 días. Pero con la tendencia actual, ese evento pasará de ser una anécdota a convertirse en habitual: “Esperamos que grandes partes del océano estén en condiciones de olas de calor marinas casi permanentes (más de 300 días por año) para 2050”, apunta Alistair Hobday. El IPCC, en sus últimos informes, deja claro que “se prevé que las olas de calor marinas sigan aumentando en frecuencia, duración, extensión espacial e intensidad”.
En el peor de los escenarios (el conocido como RCP8.5, donde las emisiones son muy altas), el panel de especialistas de la ONU proyecta con sus modelos climáticos un aumento de la frecuencia de las olas de calor marinas para 2081-2100, en relación con 1850-1900, en aproximadamente 50 veces, mientras que su intensidad se multiplicaría por 10. En cambio, en un escenario más optimista (RCP2.6), el aumento de la frecuencia sería de 20 veces. Por zonas, los mayores incrementos se prevén para el Ártico y los océanos tropicales.
Las previsiones para el Mediterráneo tampoco son buenas. En un escenario de máximas emisiones, experimentará al menos una ola de calor marina de larga duración cada año para fines del siglo XXI. En cuanto a la Gran Barrera de Corral, se prevé que los eventos de temperaturas extremas sean al menos el doble de frecuentes con un calentamiento global de 2 °C que en la actualidad.
En este punto, donde la ansiedad climática puede sobrepasar a cualquiera, surge una pregunta. ¿Qué se puede hacer? Lo más efectivo, y yendo a la raíz, es parar de usar lo que causa este caos: “Debemos emprender de la manera más rápida y eficaz posible medidas para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero”, comenta Joaquim Garrabou.
Además, apunta que otra de las medidas que puede contribuir a paliar los daños es ampliar la superficie protegida del océano. “Actualmente tenemos el compromiso de proteger el 30% a nivel europeo y mediterráneo, pero esperemos que en la próxima COP 15 sobre el Convenio de Biodiversidad estas medidas se acuerden para todo el océano”, pide el científico.
La oceanógrafa del Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía, si bien insiste también en que son los gobiernos y empresas quienes tienen la capacidad de “generar cambios radicales”, pone en valor cómo desde el lado científico “se están haciendo importantes esfuerzos de colaboración internacional” a través de sistemas de seguimiento y monitorización de las olas de calor marinas.
Sobre esta última idea habla Alistair Hobday, quien considera que “la previsión puede ayudar”, pues proporciona una alerta temprana para que los actores del medio marino tengan tiempo de prepararse. El IPCC considera que esta medida ayudaría a reducir la vulnerabilidad en los ámbitos de la pesca, el turismo y la conservación, si bien recuerdan que no está probada a gran escala.
Precisamente, en abril de este año se publicó un estudio en Nature en el que sus autores han desarrollado unos pronósticos globales que permitirían predecir el inicio, la intensidad y la duración de las olas de calor marinas con hasta un año de anticipación. Las predicciones ya están disponibles a través del Laboratorio de Ciencias Físicas de la NOAA (Oficina Nacional de Administración Oceánica y Atmosférica).
«Nuestro sistema no predice el cambio de temperatura exacto, pero sí la probabilidad de una ola de calor marina», señala Michael Jacox, oceanógrafo en NOAA y autor principal del estudio. «A principios de junio, las predicciones para julio mostraban una elevada probabilidad de olas de calor en el Mediterráneo. Las probabilidades de olas de calor llegaban al 50%, es decir, 5 veces la probabilidad normal (10%)», apunta el científico.
Si bien de cara al año que viene, «las previsiones no muestran una actividad inusual de olas de calor», señala Jacox, «es importante tener en cuenta que el mar Mediterráneo es una región imprevisible, por lo que las olas de calor a menudo sólo pueden predecirse poco antes de que se produzcan (tal vez sólo un par de semanas)». No obstante, lo que sí puede adelantar desde ya el especialista y los modelos es que en los próximos meses la región del norte de Australia resalta por una «alta probabilidad de olas de calor marinas con temperaturas varios grados más altas de lo normal, que durarán varios meses».
Y aunque las olas de calor marinas no gozan de toda la atención mediática que deberían, en el campo de la ciencia cada vez hay más gente volcada para entenderlas más y mejor. En España existen diversos observatorios marinos, como el desarrollado por el Sistema de Observación Costero de las Illes Balears (SOCIB), el recientemente desarrollado desde el Instituto de Ciencias Marinas de Andalucía (ICMAN-CSIC) y la plataforma red T-MEDNet. A nivel europeo está el Servicio Marino de Copernicus, y a nivel internacional la misma NASA.
Esperamos que, gracias a la ciencia y la acción –y como diría Dory–, Nemo pueda seguir nadando.