“Es que, claro, después de comer hay ganas de siesta porque la sangre se va del cerebro al estómago”. Y claro, ‘sin riego’, la materia gris hace que nos amuermemos, ¿no? Pues sea o no tu excusa para retirarte educadamente a echar una cabezadita post sobremesa, no nos vale como argumento: la cantidad de sangre que riega el cerebro no varía, no sólo después de comer, sino tampoco con el ejercicio intenso.
En realidad, el porqué tiene que ver con los ritmos circadianos (que regulan los cambios en las características físicas y mentales que ocurren en el transcurso de un día) y, posiblemente, con la estimulación del sistema parasimpático (una parte del sistema nervioso) y la liberación de hormonas.
El sueño depende de la temperatura corporal
A pesar de que sí es cierto que, tras comidas, cenas y similares, aumenta el flujo sanguíneo en el sistema gastrointestinal (lo que también ocurre en muchos animales), “la sangre no procede del cerebro”, afirma a Maldita.es Sergio Escamilla, biotecnólogo, doctorando en neurociencias* en la Universidad Miguel Hernández y maldito que nos ha prestado sus superpoderes. Tampoco esta es la razón por la que nos entre el sueño.
Más que de la procedencia de la sangre, el sueño depende de la temperatura corporal. “Nuestro ritmo circadiano funciona oscilando la temperatura del cuerpo aproximadamente 1,5 ºC a lo largo del día. Cuando la temperatura corporal (que se regula de manera endógena, es decir, que no depende de la temperatura que haya en el exterior) llega a un mínimo, nos entra sueño”, explica Escamilla. El experto destaca que la temperatura, al igual que el sueño, la regula el hipotálamo (una zona del cerebro).
En nuestro ritmo circadiano, hay dos momentos de temperatura mínima. El primero se da una hora o dos antes de irnos a dormir (aunque depende del horario de cada persona) y el segundo, unas nueve o 10 horas después, correspondiendo a la hora de la siesta.
“De modo que, sí, nos quedamos fríos ‘después de comer’ porque comemos coincidiendo precisamente con esas nueve o 10 horas tras despertarnos”. Ahora bien, si no comiéramos, también nos amodorraríamos a la hora de la siesta. La razón es la misma: el quedarnos fríos y el sueño no dependen de la comida sino, como decíamos, del ritmo circadiano.
Por qué hay quienes tienen más sueño después de comer
La cuestión es que, a pesar de que no hay muchos trabajos científicos publicados al respecto (y los que hay tienen sus años), parece que el sueño sí aumenta después de una comida, sobre todo si esta es copiosa.
Pero en ningún caso es porque la sangre vaya del cerebro al sistema digestivo. Es algo que podría deberse a dos hipótesis. La primera es que “la ingesta de comida podría estimular el nervio vago, que activa el sistema parasimpático (una parte del sistema nervioso que desacelera el corazón, dilata los vasos sanguíneos y relaja los músculos del aparato digestivo), lo que nos relajaría”. De esta forma, se produciría una disminución de alerta y un aumento de somnolencia.
Según la segunda hipótesis, “la ingesta de comida podría generar una liberación de hormonas en el sistema gastrointestinal que, al viajar al cerebro, generarían somnolencia”.
En este artículo ha colaborado con sus superpoderes el maldito Sergio Escamilla, biotecnólogo y doctorando en neurociencias en la Universidad Miguel Hernández.
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*Este artículo ha sido actualizado el 19 de julio de 2022 para precisar que Sergio Escamilla es biotecnólogo y doctorando en neurociencias, no tecnólogo de los alimentos.